2015 ha empezado francamente mal. No es que 2014 fuera un camino de rosas, pero queda claro que la escalada de violencia contra los judíos ha entrado en una nueva fase. El 20 de enero redacté una entrada en el blog de The Jerusalem Postindicando que “parece que hemos alcanzado un momento crítico, y debemos actuar con rapidez y determinación”.
No hemos tardado en recibir otra llamada de atención que nos recuerda que estamos viviendo una especie de tiempo de prórroga, y que todos navegamos en un mismo barco. Francia se sumerge en el antisemitismo y no es un caso aislado. Tampoco lo fue Bélgica en su momento, ni lo es Dinamarca ahora. Podemos comprobar cómo el antisemitismo se extiende velozmente por toda Europa, y la posibilidad de que cruce el Atlántico no es descabellada.
A decir verdad, no creo que los judíos vayan a encontrar mucho sosiego en la Europa de hoy. Es un continente amenazado por el Islam radical, y los europeos carecen de fortaleza interna para defender sus valores. La guerra que el Islam extremista libra contra los judíos no viene motivada por un territorio, su gobierno, o la vida de los palestinos en Gaza. Se trata de una Yihad con un solo propósito: acabar con los infieles. Y el primer objetivo son los judíos.
No obstante, debemos entender que esta postura antisemita no es exclusivamente musulmana. El rechazo a los judíos está extendido por todo el viejo continente. Quizá los musulmanes lo demuestran de una forma más explícita y agresiva, pero hemos visto en numerosas ocasiones que los oriundos europeos, simpatizantes de todos los colores políticos, no tienen inconveniente en sumarse a las sacudidas antisemitas. Siendo esta la situación, pienso que si los judíos quieren sentirse a salvo, harían bien en considerar la posibilidad de residir en otro lugar.
Hoy por hoy, Israel y Norteamérica parecen los dos lugares más seguros para los judíos. Pero sería un craso error pensar que pueden establecerse allí y resguardarse de este temporal antisemita para luego retornar a sus hogares en Europa. El antisemitismo se propaga como un fuego descontrolado y pronto devorará al mundo entero.
De modo que huir no servirá de mucho. Es preciso hacer una profunda introspección para entender de dónde procede este tsunami de odio. Hasta ahora, los argumentos tradicionales recordando nuestras aportaciones a la ciencia, la economía, la cultura y la ética han resultado probadamente ineficaces, y por lo tanto, debemos buscar respuestas en otro lado.
El único factor por el que los judíos han sido siempre odiados y envidiados es su solidaridad, la unión de su comunidad. No obstante, los antisemitas esgrimen que hemos usado siempre esta cualidad en beneficio propio y en contra del resto del mundo. Creo que es ahí donde tenemos que buscar el porqué del antisemitismo, ya que el mundo, subconscientemente, está esperando que extendamos esta solidaridad y la compartamos con ellos. Esa es nuestra verdadera aportación al mundo. Y a menudo quedo asombrado de que las personas que menos podría imaginar entiendan sumamente bien esta naturaleza especial de los judíos.
Una vez coincidí en un debate televisivo con el ruso Alexander Projanov, antisemita declarado y editor jefe del periódico de extrema derecha Zavtra(Mañana). Projanov dijo explícitamente: “Me da la sensación de que los judíos ya han conseguido unir a toda la humanidad. La globalización fue generada en primera instancia por los judíos, con su pasión por el dinero, la opulencia y el poder… La humanidad ya está unida, pero ¿cuál es la base de esa unión?… Podemos decir que ya se ha completado la primera parte del trabajo (unir a la humanidad), así que no sea usted tan duro con su pueblo”. Me sorprendió que me reprochara mi actitud crítica hacia mi propio pueblo. “Lo que ahora hace falta”, continuó diciendo, “es rellenar esa interconexión con algo diferente, extraer de ese conglomerado todos los aspectos negativos que ahora lo rellenan (la avaricia y las luchas de poder)… De hecho, su pueblo (los judíos) ya ha completado parte del trabajo”.
Es demasiado tiempo el que hemos estado esparciendo la discordia. No se trata de que ahora tengamos que estar de acuerdo en todo; simplemente debemos aprender a estar unidos por encima de nuestras diferencias. Los sabios judíos siempre nos recordaron que esa es precisamente la salvación de Israel: su unidad. Y unión es lo que ahora necesitamos.
Estamos enfrentados, tanto en Israel como en cualquier otra parte del mundo, poniendo de manifiesto una clara desunión entre nosotros. Sabemos que el mundo observa detenidamente cada uno de nuestros movimientos. Ningún otro país ha sido “galardonado” con un delegado de Naciones Unidas dedicado exclusivamente a estudiar esos movimientos. Ninguna otra nación ha sido acusada de provocar todas las guerras y todos los sufrimientos del mundo, incluso en países donde es prácticamente imposible encontrar judíos (Corea del Sur).
Ser culpados de todas las desgracias es una auténtica pesadilla, pero si jugamos bien las cartas, puede convertirse en una bendición. Ser el foco de atención nos permite estar en la mejor posición para influenciar un cambio positivo. Actualmente, somos un modelo de fragmentación social; y yo me pregunto, ¿qué ocurriría si nos convirtiéramos en lo contrario? ¿Cómo reaccionaría el mundo si mostrásemos nuestra unión –no una unión sectaria, sino una unión abierta a incluir en su seno a todas las naciones?
Henry Ford, fundador de la Ford Motor Company, además de un innovador empresario industrial fue un sagaz y elocuente antisemita. Su libro El judío internacional – Un problema del mundo, me dio mucho que pensar acerca de lo preparado que está el mundo para comprender el mensaje de unidad y el rol de los judíos en este proceso. Ford tenía en alta consideración los valores y preceptos judíos, y creía que ponerlos en práctica traería grandes beneficios a la humanidad. Citando sus propias palabras: “Los reformadores contemporáneos, que se dedican a construir modelos sociales sobre el papel, harían bien en observar el sistema social bajo el que se organizaron los primeros judíos”.
Ford no solo pensaba que esos valores eran admirables, sino que era tarea del judío transmitirlos a toda la humanidad. Afirmó que “La religión judía es la que proporciona estructura moral a las otras dos grandes religiones”, y solicitaba que la compartiéramos: “Parece que todo el cometido profético de Israel ha sido ilustrar moralmente al mundo mediante su actuación”.
Durante un momento, deberíamos abrir los ojos y mirarnos en el espejo, aunque no resulte agradable. E inmediatamente después comenzar a asentar una nueva sociedad, esta vez basada en la unión y el apoyo mutuo.
Todos los miembros del pueblo judío deberían esforzarse en ello, y cuanto antes, mejor. Es cierto que, en estos momentos, debemos emigrar allá donde nos sintamos más seguros. Pero no debemos olvidar que en ningún lugar estaremos a salvo; no hasta que nuestra unión sea una realidad y la compartamos con todo el mundo, como nos exigen los antisemitas más acérrimos. Ese es el escenario en el que todos saldremos ganando, pero tenemos que estar dispuestos a dar el primer paso. Un solo paso hacia nuestra unión para compartirla con el mundo, y diez pasos más dará el mundo para hermanarse con nosotros.