Dr. Michael Laitman Para cambiar el mundo cambia al hombre

Pearl Harbor, el doloroso golpe que salvó al mundo libre

Pearl Harbour guerra mundial

Pearl Harbor, Hawái. Un pequeño bote rescata a un marinero del USS West Virginia, de 31,800 toneladas que arde en primer plano. El humo que se extiende en medio del barco, muestra el lugar donde ocurrió el daño más extenso. Biblioteca del Congreso.

Hace ochenta y dos años, durante la Segunda Guerra Mundial, el Servicio Aéreo de la Armada Imperial Japonesa, lanzó un ataque sorpresa contra la base naval estadounidense en Pearl Harbor, en Honolulu. Más de 2,400 soldados y civiles estadounidenses perdieron la vida en el ataque y casi 1,200 resultaron heridos. Doce acorazados fueron dañados o totalmente sumergidos y 188 aviones fueron derribados. El doloroso golpe obligó a Estados Unidos a abandonar su aparente postura neutral y declarar la guerra a Japón. Tres días después, la Alemania nazi y la Italia fascista declararon la guerra a Estados Unidos y lo arrastraron a la guerra en Europa. De no ser por este doloroso golpe, lo más probable es que el mundo hubiera sido muy diferente de lo que es hoy y, no mejor.

Incluso antes de que Estados Unidos se uniera a la guerra, ya daba ayuda sustancial a los aliados. Bajo la Ley de Préstamo y Arrendamiento que el presidente Roosevelt promulgó en marzo de 1941, entre 1941 y 1945, Estados Unidos dio al Reino Unido, a Francia libre, a China y más tarde a la Unión Soviética y otras naciones aliadas, alimentos, petróleo y otros materiales necesarios. La ayuda también incluyó buques y aviones de guerra, junto con otras armas. A pesar de la ayuda, los aliados estaban perdiendo la guerra. Si no fuera por la intervención de Estados Unidos, quién sabe si los Aliados habrían ganado.

No podemos exagerar la contribución de Estados Unidos para liberar a  Europa de la ocupación nazi. En diciembre de 1941, cuando tuvo lugar el ataque a Pearl Harbor, no había ejércitos luchando contra los nazis y sus aliados, excepto el Reino Unido y la Unión Soviética. Estados Unidos no sólo luchó contra los países del Eje, también sostuvo a las poblaciones de los pocos países libres de Europa y abasteció a sus ejércitos con armas, municiones y gas.

Japón, el agresor del cataclismo de Pearl Harbor, tomó el camino opuesto a Estados Unidos. Hasta la Segunda Guerra Mundial, Japón era un poderoso país imperialista. Se dice que el almirante japonés Isoroku Yamamoto, quien concibió el ataque, advirtió de antemano que si el ataque no desactivaba el poder militar estadounidense, sólo despertaría al gigante dormido y Japón se encontraría en el lado perdedor.

Algunas fuentes afirman que después de la redada, Yamamoto dijo: «Me temo que lo único que hicimos fue despertar al gigante dormido y darle una resolución terrible». Ya sea que haya dicho estas palabras exactas o no, reflejan su pensamiento después del ataque, como describe el libro de Hiroyuki Agawa The Reluctant Admiral (El almirante reacio). Al final resultó que Yamamoto tenía razón.

Sin embargo, Japón no dejó pasar la derrota sin conclusiones constructivas y de largo alcance. Tras esta horrible derrota, que terminó con el lanzamiento de dos bombas atómicas sobre ciudades japonesas, Japón resolvió dejar de ser una potencia militar beligerante y dirigir su energía a su crecimiento económico.

El trauma de la derrota en la Segunda Guerra Mundial se hundió tan profundamente en la psique colectiva de Japón que, hasta hoy, el país mantiene su política de no combatientes. La ventaja de su esfuerzo es el surgimiento de una superpotencia económica, líder mundial en industria y tecnología, cuya población disfruta de un nivel de vida con el que la mayoría de los países sólo pueden soñar.

Un incidente como el de Pearl Harbor no puede suceder hoy. El mundo cambió demasiado para que se repita. Sin embargo, lo que no ha cambiado es el deseo de los países de destruirse unos a otros.

Si hay una lección que aprender de Pearl Harbor y de la Segunda Guerra Mundial en general, es que la guerra no vale la pena. Cada agresor en esa guerra sufrió una derrota y cada país que luchó por liberar al mundo ganó poder y prestigio.

Japón, Alemania, Austria e Italia se transformaron en democracias prósperas. En las crecientes tensiones internacionales de hoy, debemos recordar la lección que los países del Eje aprendieron después de su derrota y lo que ganaron al poner en práctica lo que aprendieron.

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