Detectar nuevas fases en el desarrollo de la humanidad es fácil: si surge un nuevo nivel de interconexión e interdependencia, es señal de que pasamos a una nueva fase. El COVID-19 es un caso clásico de que nace una nueva etapa.
Hasta el momento, incluso en los peores momentos que la humanidad sufrió; las dos guerras mundiales y la Peste Negra, no toda la humanidad estuvo involucrada. El coronavirus provocó la primera pandemia que realmente merece ser llamada así. Es una señal clara de que la realidad evolucionó y entró en una nueva fase. Mientras más rápido lo aceptemos y dejemos de esperar que la vida regrese al modo pre-coronavirus, mejor será para todos.
Este súper germen no es sólo otro virus. Su impacto en el mundo nos obliga a elevarnos a nuevos niveles de conexión. Hasta hace poco, muy pocas personas pensaban tanto en la salud de los demás. Ahora pensamos en la salud de todos, aunque claramente tenemos un motivo egoísta, pero existe un nivel de conexión que nunca antes tuvimos. Incluso, a medida que descienda el contagio en la sociedad, seguiremos pensando en la salud de los demás, pues no queremos que se enfermen y pongan en peligro nuestra propia salud. Así nos conectó el virus, inadvertidamente, y nos obligó a considerar a los demás.
Una vez que se manifiesta ese nivel, la interconexión e interdependencia no disminuirán. A partir de ahora, tendremos que calcular todos nuestros movimientos como sociedad y no como individuos. Es evidente que es un cambio muy difícil para nuestro ego, pero la evolución no entiende de egos. La evolución avanza en su camino, que siempre ha sido complejo y progresivo, mayor interconexión e interdependencia y por consiguiente, mayor consideración hacia el otro. El hecho de que el ego se sienta incómodo, es irrelevante. Este virus o el siguiente o el que seguirá después, nos impulsará a aprender y pensar en los demás, no menos de lo que ahora pensamos en nosotros mismos. En la medida en que nos neguemos a hacerlo así, será nuestro dolor.
El objetivo de la naturaleza no es torturarnos. Su objetivo es llevarnos a un gozo mayor y mucho más profundo de lo que podemos imaginar hoy. Su objetivo es abrirnos los ojos a una realidad plena y total, para hacernos omniscientes. Sin embargo, la naturaleza sólo puede hacerlo si nos elevamos por encima nosotros mismos y del enfoque hacia mi. Nos tiene que elevar, y desde esa cima poder ver el mundo entero, no solo nuestro pequeño cuerpo. Para hacerlo, debemos elevar nuestra mirada por encima de nuestra mezquindad.
Así como una madre dolorosamente presiona a su bebé, para que salga fuera de su útero por el estrecho canal del parto, la humanidad está siendo expulsada de su antigua visión del mundo hacia una nueva realidad, un mundo nuevo. El bebé, no tiene más remedio que nacer, así naceremos en el nuevo mundo, de angustia en angustia, así es como nuestra conciencia aceptara la realidad de nuestra interconexión. Y una vez que la aceptemos, descubriremos que el mundo en el que habíamos vivido era oscuro, obtuso y limitado.
En nuestra simpatía por los demás, aprenderemos qué es el verdadero amor, la responsabilidad mutua y que cada uno es único, que el mundo no está completo si no estamos todos para poner nuestra parte. Viviremos en una realidad de expresión personal total y de absoluta devoción hacia la humanidad, todo al mismo tiempo. Nos sentiremos satisfechos y seguros y transmitiremos ese sentimiento a todos los que nos rodean y a toda la realidad. La vida dejará de ser una pesadilla y comenzará a ser el mundo que soñamos, como sentíamos que debería ser.
Lograr estos objetivos depende completamente de nuestra contribución mutua. Sólo si todos colaboramos, emergerá el nuevo mundo. Y hasta que no empujemos juntos, tendremos que soportar los golpes del coronavirus.
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