El horrible ataque terrorista del 13 de noviembre en París con 130 víctimas y cientos de heridos ha motivado que personalidades de todos los credos y opiniones hayan impulsado la unidad como una solución al terrorismo: desde el artículo del académico de Harvard David Ropeik “Terrorismo – Por qué nos aterra y nos une”, pasando por el intelectual francés Dominique Sopo y “Frente al odio debemos responder con unidad” o incluso el gran muftí de Egipto, Shawki Ibrahim Abdel-Karim Allam, que ha afirmado “si queremos erradicar el terrorismo, debemos permanecer unidos”.
Estoy completamente de acuerdo en que la unidad puede remediar el terrorismo. De lo que no estoy tan convencido es que el terrorismo sea un motivo para la unidad. Mientras la motivación para la unidad siga siendo el miedo, en cuanto este desaparezca, también nos desentenderemos de ella. Y esa no es la fórmula para una sociedad saludable. Esa forma de pensar es precisamente la que ha llevado a la irrupción del radicalismo y el fundamentalismo en todo el mundo.
Dentro de nuestras comunidades, la falta de unidad provoca inseguridad social y financiera. Dentro de nuestras familias, la falta de unidad genera desconfianza entre padres e hijos, y erige barreras entre cónyuges. En la escuela, la falta de unidad fomenta una feroz –y a menudo despiadada– competición entre compañeros. Cuando prevalece la falta de unidad y domina todos los aspectos de nuestras vidas, aparecen el aislamiento y la depresión. Y esto, a su vez, puede derivar en una búsqueda de soluciones extremas como el abuso de drogas, el suicidio, o la radicalización política/religiosa. Si no revertimos esa tendencia narcisista que está destrozando nuestra sociedad, estaremos condenados a una radicalización crónica y cada vez más intensa de nuestros jóvenes con grave perjuicio para nuestras comunidades.
Si creemos que enviando más drones y tropas a batallar contra el Estado Islámico conseguiremos detenerlos –o acaso ralentizar su avance– estamos muy equivocados. De conseguir algo, será que ellos obtengan más apoyos, ya que podrán mostrarse como temibles y con determinación (una cualidad muy atrayente para un Occidente tan moralmente maltrecho), semejantes a un “David frente a Goliat”, luchando más con el espíritu que con el poderío militar.
Deberíamos prestar mucha atención a las palabras de Nicolás Hénin, rehén durante casi un año del Estado Islámico: “Los conozco. Y esperan nuestros bombardeos. Lo que les aterra es la unidad”.
Si tomamos un momento para recapacitar sobre todo este caos y observamos las cosas desde una perspectiva global, veremos que mediante un proceso de flujo y reflujo, la humanidad está continuamente incrementando su conectividad. Y hoy hemos rebasado el punto de no retorno; la separación ya no es una opción. No hay nación que pueda mantener una sociedad viable o una economía sostenible si se queda aislada (miren lo que está sucediendo en Corea del Norte y ni siquiera está completamente aislada). El proteccionismo y el aislamiento solo pueden llevarnos a la guerra, muy probablemente a una guerra mundial. El problema aumentará de continuar con la mezcla de naciones sin un manejo adecuado del proceso.
Aunque la humanidad se ve empujada a la unidad en todos los aspectos, hacemos todo lo posible para evitarlo. La realidad va por un lado pero la humanidad va por otro, y de ese modo la humanidad tiene todas las de perder. La unidad no es un antídoto contra el terrorismo: es la estructura de la realidad.
Normalmente la unidad y la armonía en nuestro cuerpo la definimos con una sola palabra: “salud”. Y nuestra sociedad global es tan interdependiente como los órganos de nuestro cuerpo, pero nos negamos a actuar como hacen los órganos sanos; y en lugar de eso, en cuanto nos es posible, optamos por apropiarnos de todo lo que podemos, preferiblemente a expensas de los demás. En otras palabras, en lugar de actuar como células sanas, actuamos como el cáncer. ¿A quién le extraña entonces que nuestra sociedad humana esté enferma?
Cuanto antes reorientemos nuestras mentes para ver la humanidad como una serie de elementos que se complementan en vez de fragmentos que rivalizan entre sí, antes sanaremos el mundo. La naturaleza nos está señalando hacia dónde tenemos que ir: depende de nosotros que asumamos este rumbo, que abandonemos la noción de la supervivencia del más capacitado y reconozcamos que estamos todos en un mismo barco. Entonces, o bien navegamos todos juntos y llegamos a salvo la orilla, o perforamos el casco con agujeros de bala y nos ahogamos.
No estamos en guerra todavía, pero recientemente hemos experimentado varias dolorosas llamadas de advertencia. Debemos darnos cuenta de que la unidad juega a nuestro favor. Ella nos permite desarrollarnos y prosperar pero no a expensas de los demás, sino aportando nuestras habilidades y talentos únicos para mejorar nuestras vidas y las vidas de todos los que nos rodean.
Los equipos deportivos y las empresas de éxito siempre hablan sobre el papel crucial que la unidad y el apoyo mutuo juegan en sus logros. Asimismo la historia nos enseña cómo la desconexión entre las facciones en las distintas naciones ha provocado su desaparición. Y podemos aprender de la naturaleza que todo se desarrolla solamente cuando existe una relación equilibrada entre dar y tomar con el entorno. Sea cual sea el camino que elijamos, debemos convencernos de la idea que una sociedad unida es una sociedad próspera. Estamos en un punto en el que esta es la clave para nuestra supervivencia.