El parto, inherentemente, es un proceso doloroso. La naturaleza lo hizo así, como está escrito: “Con dolor darás a luz”. Dolor no se limita al acto físico de traer un niño al mundo; también representa el proceso de transformación interno del ser humano que da a luz a su yo espiritual, es decir, su nuevo yo, libre de intereses personales, que sólo desea amar y dar, de forma similar a la fuerza de amor y otorgamiento de la naturaleza.
El parto espiritual es un proceso especialmente intenso y lo podemos tener más adelante en la vida. Requiere que enfrentemos nuestro deseo natural de disfrutar sólo en beneficio propio, que constantemente habita dentro de nosotros y que, voluntariamente, cambiemos su dirección en beneficio de los demás y de la naturaleza.
Históricamente, el parto era más simple en algunos aspectos. La mujer estaba más conectada con la naturaleza y su tolerancia al dolor era mayor, gracias a la ausencia de los analgésicos modernos y a una actitud cultural diferente hacia el sufrimiento. Hoy, nuestra separación de la naturaleza aumentó, tanto la percepción como la intensidad del dolor durante el parto.
Cuando se trata del nacimiento espiritual, el proceso es igual de exigente, si no es que más. Facilitarlo, implica que, conscientemente, decidamos atravesar esa transformación y que, pidamos alinearnos con las leyes altruistas e integrales de la naturaleza. En otras palabras, requiere que formulemos una oración al Creador, a la fuerza superior de amor y otorgamiento, que creó y sostiene la vida. La sabiduría de la Cabalá describe al Creador como sinónimo de naturaleza, por eso, los dos términos pueden usarse indistintamente. Si deseamos transformación espiritual, necesitamos soportar un proceso que contrarreste nuestras inclinaciones naturales. En este contexto, el sufrimiento, surge de la tensión entre: dónde estamos y hacia dónde debemos ir. Es un viaje por una abertura estrecha hacia un nuevo estado espiritual. En ese nuevo estado espiritual, descubriremos una vida de felicidad, armonía, paz y alegría, que ni siquiera podemos imaginar en la vida actual.
Doctor Michael Laitman estoy leyendo su hermoso libro la luz de la kabbalah, y por lo que veo, sin haber estudiado en la Universidad de Harvard, por lo complicado del proceso, solo unos cuantos de la población mundial actual que es de 8.124.205.193 personas podrán ver al Creador