Hay una interesante ironía en la naturaleza humana: Hagamos lo que hagamos, también debemos hacer lo contrario. Si hacemos algo bueno, también debemos hacer algo malo o no sentiremos el valor de lo bueno que hicimos. Esta necesidad de comparar nos lleva a hacer daño y también a intentar hacer bien. Por ejemplo, mientras que los gobiernos del mundo invierten muchísimo para lograr una vida sostenible y energías renovables, una nueva investigación independiente, descubrió que «gobiernos de todo el mundo están gastando al menos 1.8 billones de dólares al año en subvenciones para apoyar a industrias altamente contaminantes, incluyendo carbón, petróleo, gas y agricultura, impulsan mayor contaminación y degradación del medio ambiente y pérdida de biodiversidad». ¿Por qué lo hacen? Si no hubiera industrias contaminantes, nadie apreciaría sus esfuerzos por frenarlas.
Sentimos, medimos y evaluamos todo, sólo en comparación con su opuesto. No sabríamos que las estaciones existen si no fueran contradictorias. Tampoco sabríamos que comer se siente bien, si el hambre no se sintiera mal. Anhelamos amor, porque hay odio y amamos la paz porque existe la guerra. Si algo no tiene un opuesto claro, no podemos percibirlo.
Así percibimos el mundo, lo construimos para que fluctúe entre opuestos extremos. Y como necesitamos excitación constante para sentirnos vivos, necesitamos que estos opuestos sean cada vez más extremos. Si sigue así, es seguro que vamos a provocar una catástrofe.
La única manera de evitar la catástrofe es comprender que nuestra naturaleza es una trampa mortal y que debemos cambiarla desde el núcleo. Una vez que renunciemos a la posibilidad de asegurarnos una vida buena y segura, sin cambiar fundamentalmente lo que somos, podremos encontrar una solución real y duradera. El estancamiento de la naturaleza humana nos obliga a elevarnos por encima de ella.
Cuando deseemos salir de nuestra naturaleza, descubriremos que la raíz de nuestros problemas no es lo que hacemos, sino el motivo por el que lo hacemos: para enaltecernos y elevarnos a nosotros mismos y para menospreciar y despreciar a los demás. Debido a nuestra motivación negativa, todo lo que hacemos es perjudicial. Y como todo el mundo funciona así, se perjudica al planeta entero y todos sufren. Podemos deducir que sólo la transformación fundamental de la humanidad invertirá el curso destructivo en el que nos encontramos.
Cuanto antes lo entendamos, antes decidiremos que la conciencia de la verdad es la única arma contra nuestra naturaleza. Es una verdad difícil de tragar, pero ninguna medicina es sabrosa.
Una vez que aceptemos la verdad, podremos iniciar un proceso educativo que nos enseñe a cuidarnos unos a otros, porque de eso depende la vida. Cuando decidamos ayudar a los demás en lugar de perjudicarlos, también seremos ayudados. Esta transformación de la intención es el único cambio que necesitamos hacer y lo único que limpiará el medio ambiente y revertirá la amenazante trayectoria del clima.
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