Cada año, Transparencia Internacional, la coalición global contra la corrupción, publica su Índice de Percepción de la Corrupción. En 1996, cuando se agregó por primera vez a Israel al índice, entramos en el número 14. En el índice de 2021, llegamos al 36. Por el momento, no veo qué revertirá la funesta tendencia, a menos que algún golpe nos caiga encima y nos enderece, si no nos destruye.
Cuando lees las elevadas palabras de la Declaración de Independencia de Israel, el abismo entre ellas y la realidad es asombroso. Las afirmaciones de que el Estado de Israel “será fundado sobre la base de libertad, justicia y paz”, que habrá “total igualdad social y política para todos sus ciudadanos” y “libertad de religión, conciencia, lengua, educación y cultura”, contrastan fuertemente con la sombría realidad.
Vengo de la antigua Unión Soviética, donde las promesas después de la Revolución Bolchevique fueron aún más ambiciosas y la subsiguiente caída en la corrupción aún más profunda, por lo que no tengo expectativas de las declaraciones. Esas palabras contradicen la pretensión en las palabras de los líderes, quienes realmente, sólo buscan su propio renombre y poder.
Pensamos que los fundadores del país eran idealistas y puros, pero en realidad lo único que ha cambiado es que sus expectativas eran un poco más modestas que las de los líderes de hoy. Desde entonces, el ego de todos ha crecido y sus aspiraciones egoístas han crecido proporcionalmente. Hoy nadie tiene en cuenta a nadie y todos están dispuestos a hacer lo que sea, por estar en lo más alto.
No hay límite para el crecimiento del ego humano ni en lo que puede hacer. Hoy, gente que debería estar tras las rejas y está dirigiendo el país. El concepto de “preocupación por los ciudadanos” ya no existe en el léxico de nadie, por no hablar de su mente.
Hasta que un golpe de fuerza mayor nos obligue a reflexionar sobre el país en el que queremos vivir, nada mejorará. Sólo espero que suceda antes de que perdamos el país por completo. Habiendo dicho todo eso, hay otra manera. Se necesita coraje, persistencia y la convicción de que el camino actual no lleva a ninguna parte. Pero, sobre todo, requiere solidaridad y participación de muchos.
Ese camino es el camino de la educación. Podemos elegir aprender nosotros mismos a vivir según los valores que creemos que son correctos, pero para hacerlo, debemos ayudarnos mutuamente a mantener nuestra determinación de que vivir en una sociedad justa e igualitaria es, ante todo, que tenemos una sociedad de la que hablar. Vivir en sociedad es que aceptamos que dependemos unos de otros, que podemos y debemos confiar unos en otros y que velamos por el bienestar de todas las partes de nuestra sociedad o, no somos realmente una sociedad.
Luego, debemos darnos cuenta de que, mantener la responsabilidad mutua, sólo en el nivel físico no funciona. Necesitamos “traducirlo” en compromiso emocional, eso implica desarrollar preocupación, cuidado y eventualmente amor por los demás.
“Ama a tu prójimo como a ti mismo” no es una consigna vacía que nuestros antepasados inventaron con fines políticos; es un principio con el que finalmente debemos vivir entre nosotros. Cuando lo logremos, no habrá preocupaciones de corrupción ni maltrato. Así como en una familia amorosa, no existen estos vicios, tampoco existirán en una sociedad amorosa.
Tendremos que ser valientes. Tendremos que remar contra la corriente, porque al ego no le gusta compartir ni cuidar, pero si queremos un futuro para el Estado de Israel, no tenemos otra opción. La solidaridad, la responsabilidad mutua y la preocupación mutua no son consignas; son nuestra arma contra la disolución del país.
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