Los humanos somos seres emocionales. Los sentimientos nos guían, determinan nuestros pensamientos, nuestras decisiones en la vida y nuestro juicio. Hagamos lo que hagamos, lo hacemos para sentirnos bien o para evitar sentirnos mal. Los sentimientos son tan trascendentes para nuestro ser, que incluso determinan nuestra memoria. ¿Por qué no recordamos el momento más crítico de nuestra vida, el momento del nacimiento? De hecho, tampoco recordamos nuestros primeros años, cuando tenemos uno o dos años. La razón es que, en los primeros años, nuestros sentidos físicos se desarrollan muy rápido, pero nuestro mundo emocional, nuestro “yo”, se queda atrás y antes de que tengamos un “yo” distinto con sus propias emociones, no podemos vincular las emociones a los eventos y por eso no los recordamos, tal vez sólo tengamos meras imágenes.
Incluso más tarde en la vida, a los tres o cuatro años, muchos tenemos recuerdos, pero son muy vagos e incompletos, como si fueran formas de memoria «inmadura» o «primitiva».
Los recuerdos “reales” inician cuando comenzamos a desarrollar la psique, un yo que se reconoce a sí mismo como ser individual. Cuando nos percibimos como seres separados, con nuestro propio pensamiento y sentimientos y nos comunicamos con los demás como individuos distintos que se comunican con otros individuos distintos, pasamos de ser pequeños animales con el potencial de convertirnos en seres humanos, en personas reales.
La transición se refleja en la forma en que los niños se conectan con los demás y se desarrolla por completo, es cuando inicia el desarrollo de la atracción hormonal, en la adolescencia.
Este desarrollo, es únicamente humano, señala el porqué de la creación de los seres humanos. No estamos destinados a seguir siendo animales; estamos destinados a preguntar por nuestro mundo, por la razón de su existencia y de nuestra existencia en él. Estamos destinados a preguntar y comprender el propósito de la vida más allá del nivel físico. Y hasta que las emociones estén totalmente desarrolladas, podemos explorar estas preguntas con seriedad.
Para mí, ese momento llegó con la pregunta «¿Qué sigue?» Me preguntaba: “¿Qué sigue, la escuela, la universidad y…?” No tuve respuesta. No quería aprender; me volví apático. Fue una sensación horrible, una sensación de inutilidad, de verse obligado a seguir sin sentido. No a todos les atormenta esta pregunta. Algunos van por la vida persiguiendo riqueza o prestigio y así están satisfechos. El significado de todo esto no les preocupa.
Y el significado de la vida sólo puede ser revelado a aquellos que preguntan. En diversos grados, la pregunta aparece en todos, pero sólo los obsesionados pueden encontrar respuesta.
La respuesta es que nacemos y vivimos sólo para desarrollar el alma. El alma no está dentro de nosotros, sino entre nosotros. El alma es una conexión especial entre la gente y puede desarrollarse sólo si sentimos que no nos satisfacen nuestras conexiones y buscamos consumirlas y absorberlas constantemente. Cuando comenzamos a buscar reciprocidad, podemos descubrir un nivel de existencia totalmente nuevo, indetectable para aquellos que se guían sólo por el interés propio.
Los que desarrollan el alma pueden ver la red que conecta todo y que todo afecta a todo lo demás. Estas conexiones son el alma y revelarlas es el propósito de nuestra existencia. Los otros seres funcionan instintivamente dentro de la red, sólo los humanos pueden comprender esta matriz de existencia y operar dentro de ella como seres conscientes. Desarrollar esa conciencia, es el propósito de nuestra vida.
Excelente artìculo Dr. Laitman