A donde sea que miremos en estos días, parece que el odio está envolviendo al mundo. No es que no haya habido odio antes, pero en los últimos meses, parece que no hay escape.
Por un lado, el odio ha sido reconocido como la característica más básica del hombre, por así decirlo. Incluso la Biblia escribe: «La inclinación del corazón del hombre es mala desde su juventud» (Génesis 8:21), por lo que, realmente no podemos esperar mucho más de la gente. Por otro lado, a juzgar por la reciente escalada de la violencia impulsada por el racismo (y las protestas en contra), parece que el odio está empujando a Estados Unidos al límite.
El odio es un rasgo humano único. Ningún animal odia a otro animal, incluso cuando se alimenta de él o cuando es alimento para otro. Ciertamente hay miedo, pero no hay odio. El hombre es diferente: su odio se manifiesta en su deleite ante el dolor o la humillación de otros.
Pero hay una buena razón por la que los humanos poseen un elemento tan vil en su naturaleza: son la única especie destinada a comprender la creación y su propósito. En la creación, todo existe en equilibrio dinámico, también conocido como homeostasis. Los opuestos son necesarios para nuestra percepción. No podemos detectar la luz sin oscuridad, el calor sin frío, la saciedad sin hambre, la felicidad sin tristeza, lo bueno sin lo malo.
En todos los niveles de la naturaleza, el equilibrio ocurre naturalmente. En humanos, el equilibrio se mantiene naturalmente, sólo a nivel biológico. En el nivel humano social, nada se mantiene naturalmente. Si observas la vida social de los animales, encontrarás que son perfectos para su especie: estables y casi totalmente inmutables.
No hay diferencia fundamental, por ejemplo, entre la forma en que los perros se comportaban hace dos siglos y cómo se comportan hoy. Pero compara a la gente de hace dos siglos con la de hoy, difícilmente encontrará algo que siga igual.
La diferencia entre animales y humanos es que la naturaleza gobierna la vida social de los animales, dicta cómo deben comportarse. Ellos obedecen sus instintos naturales y todo funciona sin problema. El humano, por otro lado, no tiene brújula interna. Debemos aprender todo, especialmente cuando se trata de la sociedad.
Al nacer, la naturaleza nos otorga solo el deseo animal de sobrevivir, y a medida que crecemos, evoluciona hacia el deseo de disfrutar del dolor y la humillación de otros.
Pero hay una razón: si desarrollamos una característica positiva dentro de nosotros, lo positivo opuesto a lo negativo inherente, descubriremos cómo funciona la naturaleza, pues la naturaleza también funciona equilibrando los opuestos. Este es el gran regalo que la naturaleza le dio sólo al hombre: la capacidad de desarrollar el equilibrio que sostiene a la realidad por sí misma. Por eso, la naturaleza nos dio la mitad, lo negativo y dejó que nosotros construyamos lo positivo. Si nos hubiera dado ambos, viviríamos por instinto, como los animales.
Por eso, desarrollar la noción de amor, no es una reliquia de la década de 1960; es la única forma en que realmente podemos entender el mundo en el que vivimos. Pues, es lo único que está fuera de balance en el equilibrio de la naturaleza y lo único que la naturaleza no equilibrará por sí misma, sino que nos deja que lo hagamos. Cuando lo hagamos, entenderemos la naturaleza y sabremos cómo llevar nuestra vida sin problemas y en paz.
Veamos dónde no sabemos comportarnos instintivamente: paternidad, amistad, relaciones sociales con compañeros en la escuela, en el trabajo o, en compañía de extraños. En todas las áreas del compromiso humano, necesitamos estos códigos para compensar la ausencia de amor entre nosotros. Y debido a que nuestro odio mutuo sigue creciendo, constantemente debemos «actualizar» nuestras reglas y regulaciones, que realmente no pueden compensar la ausencia de amor. Si lo hicieran, no veríamos una escalada tan asombrosa en las tasas de depresión, abuso de sustancias, suicidio y violencia.
Si nos amáramos unos a otros en la sociedad, no necesitaríamos códigos morales, ni reglas, ni policía. Mejor aún, crearíamos lo opuesto al odio, el equilibrio que gobierna a la naturaleza, excepto a la humanidad. No sólo podríamos llevar nuestra vida con éxito, sino que realmente comprenderíamos la creación y su propósito.
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