Racista, misógino, antisemita… son solo algunos de los términos que le han arrojado al presidente Trump durante el último año. Y ahora, mientras muchos están haciendo todo lo posible para que Trump abandone la vida pública, se empieza a promocionar a Oprah Winfrey como posible alternativa para el año 2020. “Pensé: ‘Oh, cielos, no tengo la experiencia, no sé lo suficiente” dice ella a Bloomberg TV, “pero ahora [refiriéndose a las elecciones] empiezo a pensar ‘Oh’”.
Y aunque los principales medios continuamente nos nutren con todo tipo de apelativos dirigidos al Presidente Trump, voy a señalar algo que creo que pasa desapercibido para gran parte de la gente. El hecho de que la mayoría de los políticos, eruditos y líderes de opinión hablen constantemente en contra de él muestra algo sobre el fenómeno Trump que el público, el gobierno y los medios, o no reconocen, o no son capaces de aceptar.
En mi opinión, esto tiene que ver con un cambio fundamental, que les anticipo que tendrá lugar muy pronto, acerca de cómo administramos todo en nuestro planeta. El futuro no va a consistir en más de lo que ya conocemos. Y Trump, sea consciente de ello o no, es el precursor de ese cambio.
¿Cómo hemos llegado a este punto?
En el pasado, el acto de gobernar era algo mucho más nítido. Los reyes solían controlar cada detalle de sus naciones y poblaciones. Por descontado, la libertad de expresión no estaba tan desarrollada como hoy en día, los castigos podían ser horripilantes y no muchas personas estaban en posición de mejorar las cosas si lo deseaban. Pero un buen rey solía hacerse cargo de sus ciudadanos deseando que su reino floreciera y prosperase.
Los reyes, sin embargo, estaban rodeados de muchos asistentes. Su trabajo era ayudar a promover los intereses del rey, ya fuera mediante consultas sobre estrategia, la manutención del reino, los comunicados al pueblo, etc. Con el tiempo, estos se dieron cuenta del gran poder que tenían y quisieron conservar ese poder. Así nacieron los primeros políticos: turbios personajes que daban coba al rey, conocían todos los recovecos del reino, cotilleaban, intrigaban y conspiraban; todo con un único propósito: mantener su posición de poder.
Esto es lo que ha estado sucediendo durante aproximadamente 200 años. Hoy en día, los políticos se denominan “representantes electos”, el método gracias al cual logran preservar su poder se llama “democracia” y a lo que dedican la mayor parte de su tiempo, su energía y recursos es a ser elegidos en el próximo mandato. A veces, si hay suerte, además cumplen con los intereses del público.
¿No va siendo hora de que mejoremos este sistema? Yo sostengo que ha llegado el momento y que el cambio ya está empezando a tomar forma.
Por qué Trump es extravagante
En un mundo que se caracteriza por su alto nivel de egoísmo a la vez que por una intrincada interdependencia, en un planeta hiperconectado con suficiente tecnología para generar abundancia para todos, nos encontramos, sin embargo, más cerca de una Tercera Guerra Mundial a medida que la sociedad humana avanza a tientas en la oscuridad en busca de un nuevo modelo con el cual organizarse.
Pero ¿quién es el Sr. Trump en todo este proceso? Además de las dotes para el espectáculo que ha demostrado a lo largo de los años, lo que mueve a Trump es el ADN de un hombre de negocios. Él es el prototipo de ese espíritu emprendedor que nada tiene que ver con el mundo de la política tal como la conocemos. Y lo puedes considerar bueno o malo, racista o patriota, pero todo eso resulta irrelevante en relación a esa facultad.
Gracias a esa faceta empresarial veo su ascenso al poder como algo precursor de un cambio mucho mayor en nuestras formas de gobernar. Por lo tanto, es natural que no encaje en ninguna de las escalas con las que el mundo intenta juzgarlo. Él no es políticamente correcto. No habla ni escribe como un diplomático. Es directo, vulgar y no está en la misma línea que los “políticos” a los que estamos acostumbrados.
Trump es un constructor que se desafía a sí mismo al intentar que las cosas prosperen y florezcan. Incluso cuando cayó en bancarrota logró levantarse de nuevo y batir nuevos récords. Y es precisamente este pragmatismo empresarial lo que deseo destacar de Trump.
Hemos llegado a un punto en el que el mundo está saturado de políticos que usan palabras vacías y unos supuestos valores como salvoconducto para llegar el poder. La elección de Trump revela que las masas se han dado cuenta de eso y su rechazo a los adornados discursos que hablan de ideologías, y muestra el deseo de un enfoque pragmático para resolver los problemas.
Líderes del futuro
Lo que hoy necesita el mundo es que los puestos de poder los desempeñen personas pragmáticas preocupadas por lograr resultados, empresarios, innovadores, constructores y optimizadores. Trump, en mi opinión, es solamente el precursor del cambio. También puedo imaginar a gente como Elon Musk o Jeff Bezos en ese papel. La cuestión es que tenemos que reinventar nuestra política, comenzando por reemplazar a los políticos por aquellos que tengan un “gusanillo” emprendedor.
No obstante hay aquí un truco importante: los líderes empresariales del nuevo mundo deberán sentir que su país es su negocio, que el éxito del país es su propio éxito y que la hucha de las personas es como la suya propia.
Aquí es donde el dinero juega un papel esencial. Nos permite hacer lo que, de otro modo, sería casi imposible: medir. Y cuando digo dinero, no me estoy refiriendo al sector financiero impulsado por Wall Street, que no es sino una burbuja ocupada por otro tipo de político: alguien que sabe cómo jugar con números para inflar su cuenta bancaria sin producir nada en el mundo real. Gran parte del mundo financiero es solo una fachada que quedará obsoleta en el futuro, pero ese es otro tema.
La economía es un reflejo de las relaciones humanas. Y tenemos que volver a descubrir las bases sólidas de cómo relacionarnos en sociedad, es decir, qué damos cada uno de nosotros a la sociedad y qué recibimos de ella. Actualmente el dinero es nuestra herramienta más precisa para medir estas relaciones, pero también puede ayudarnos a que nos centremos en la valía auténtica y a vaciar de aire las burbujas ideológicas que no contribuyen en absoluto a nuestro progreso social.
Si EE.UU. y Rusia, por ejemplo, negociaran sus problemas con el único objetivo de obtener el mejor resultado para ambos países, alcanzarían conclusiones claras y prácticas para una mayor colaboración en lugar de jugar a los juegos de poder, que son excelentes para los políticos pero improductivos para los verdaderos emprendedores. Este enfoque pragmático entre una y otra persona, o entre uno y otro país, será un nuevo punto de partida para afrontar un mundo que se ha vuelto interdependiente a nivel global en un siglo que está destinado a formidables cambios.