Con el reciente desacierto de Bernie Sanders diciendo que Israel mató a “más de 10.000 personas inocentes” e inculpando de matanza “desproporcionada” durante la operación Margen Protector en 2014 en Gaza, la idea de un primer presidente judío es claramente mucho menos atractiva para Israel de lo que algunos habían pensado. Y teniendo en cuenta el séquito de Hillary Clinton –Sidney Blumenthal, Huma Abedin y compañía– la posibilidad de otros cuatro años con un presidente demócrata en la Casa Blanca no parece muy apetecible.
Esto, sin embargo, no significa que Donald Trump sea una opción mucho mejor. Si no “sabe que Israel tiene el compromiso de firmar [un acuerdo de paz]” y cree que una sala repleta de público judío contiene “probablemente más [empresarios] que cualquier otra sala en la que [él] ha conferenciado”, podemos plantearnos serios interrogantes. Tampoco ayuda que, minutos más tarde, añadiera que sabe que ese público no le apoyará “porque no quiero su dinero” y “ustedes desean controlar a sus propios políticos”.
El hecho de que los tres candidatos más destacados mantengan estos “cuestionables” puntos de vista respecto a Israel y que el contendiente más claramente pro-Israel se esté hundiendo en las encuestas, hace que lo más sensato es que Israel se prepare para una mayor “ligereza” entre él y su mayor aliado, palabra con la que el presidente Obama expresó su deseo de distanciar el gobierno de Estados Unidos de Israel.
Pero esta tendencia anti-Israel es algo más que las elecciones en Estados Unidos. Por todo el mundo, políticos y líderes de opinión expresan libremente sus opiniones antisemitas y antiisraelíes, a menudo con un tono moralista de indignación. El partido laborista del Reino Unido ha tenido que hacer frente a una “lista aparentemente interminable de escándalos por antisemitismo”, como señaló Ari Soffer en Arutz Sheva. La ministra de asuntos exteriores de Suecia, la Sra. Margot Wallström, el Sr. Jan Marijnissen, presidente del Partido Socialista de Holanda, Albrecht Schröter, alcalde de la ciudad alemana de Jena, y Gabor Huszar, alcalde de Szentgotthard, Hungría; todos ellos señalaban a Israel como copartícipe en el ataque terrorista del 13 de noviembre en París.
Con estrellas como Roger Waters, ex-vocalista de Pink Floyd, atacando a Israel cada vez que tiene ocasión, con la difusión de bulos como la excavación de túneles bajo el Monte del Templo para construir una ciudad subterránea debajo de la Cúpula de la Roca, con el creciente impulso de movimientos contra Israel como el BDS y Jewish Voice for Peace –especialmente en los campus estadounidenses– y la cada vez más activa política anti-Israel del Consejo de Seguridad de la ONU, parece que Israel se dirige directamente a un precipicio.
Para contrarrestar esta ola tóxica de odio, Israel ha reclutado algunos oradores y presentadores talentosos.Roseanne Barr, Yair Lapid y otros elocuentes oradores hacen un gran trabajo exponiendo la irracionalidad y el fanatismo de los detractores de Israel. Pero a pesar de todos sus esfuerzos y todos los esfuerzos delCongreso Mundial Judío, y los del estado de Israel, lo cierto es que el mundo se está volviendo cada vez más en contra de Israel.
El odio está tan profundamente arraigado, que todo lo que digamos o hagamos en nuestra defensa será en vano, porque las personas no escuchan: están predispuestas connaturalmente a dar crédito a los acusadores de Israel.
A lo largo de la historia, el antisemitismo nunca ha sido racional. Para los enemigos de Israel, la verdad nunca fue una cuestión a tener en cuenta; tampoco la razón. La idea de que Israel es el culpable de todo lo que va mal en el mundo ha prevalecido por encima de todo, y su deseo de castigar o destruir por completo a Israel ha sido incontrolable.
Hitler, en esa infame recopilación de demencia conocida como Mein Kampf, escribió que si “el judío sale victorioso sobre los otros pueblos del mundo, su corona será la corona funeraria de la humanidad y el planeta se (…) moverá a través del éter desprovisto de los hombres”. Ahora que estas palabras vuelven a ser publicadas y distribuidas en Europa y el mundo árabe –al mismo tiempo que legítimas figuras políticas se refieren a este monstruo como “el hombre más grande en la historia”– deberíamos empezar a pensar muy seriamente acerca de nuestro siguiente paso.
Pero cuando se trata de pensar en nuestro siguiente paso, nuestro mayor –o quizá nuestro único– fallo queda expuesto. Mucho se ha dicho y escrito acerca de la fragmentación de la sociedad judía, así como de la brecha entre los judíos de la diáspora y los de Israel, pero toda la importancia que le demos a este tema nunca será suficiente.
En la propia esencia de nuestra nación se encuentra el principio “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. A los pies del Monte Sinaí, nos convertimos en una nación cuando nos comprometimos a vivir “como un solo hombre con un solo corazón”. Moisés recibió nuestras leyes cuando hubo escalado el monte Sinaí, el monte de Sinaa (odio). Y cuando aceptamos cumplir la ley de amar a los demás por encima del odio, fue cuando nos convertimos en nación. Con razón rabí Akiva proclamó “Ama a tu prójimo como a ti mismo” como la gran Klal de la Torá, porque ese principio Kolel (contiene) y encarna la auténtica esencia de nuestra nación.
Nuestros antepasados experimentaron conflictos y reconciliaciones; pero siguiendo el principio del rey Salomón “El odio despierta rencillas, el amor cubre todas las transgresiones” (Proverbios, 10:12), aprendieron a superar sus egos y mantener la unidad a través de las dificultades. En el momento en que no fueron capaces de cubrir las transgresiones con amor, cayeron en el odio infundado y se dispersaron por todo el mundo.
Cubrir el odio con amor y fraternidad no son viejas nociones bíblicas: son el origen de nuestra fuerza y por lo tanto son imprescindibles si queremos sobrevivir como nación y como individuos. Nuestra nación se formó no por los lazos biológicos o de proximidad geográfica, sino por aferrarnos con uñas y dientes a estos principios. Son una parte tan esencial de lo que somos, que podemos decir que, espiritualmente hablando, si no están presentes, desaparece la esencia del judaísmo.
Cuando a los judíos se les encomendó la misión de ser “una luz para las naciones”, la idea era que difundieran la luz de la hermandad y cubrir el odio con el amor. Este es el remedio más necesario en el mundo de hoy. Cuanto más se hunda el mundo en un conflicto permanente, mayor será el número de personas que se enoje con nosotros. Cada vez más personas nos harán responsables de todas las perversidades que surjan en la humanidad, sobre todo en lo que se refiere a conflictos dentro y entre las naciones. Y el hecho de que esto sea irracional, no hará que les parezca menos cierto.
La única solución para el antisemitismo –en todas sus manifestaciones– es la unidad judía: la fraternidad y el amor que cubre todo odio. Es nuestra tarea más urgente, y ni siquiera hemos empezado. En política, la derecha culpa a la izquierda y viceversa; pero ningún punto de vista es correcto si conlleva odio hacia el otro punto de vista.
No necesitamos estar de acuerdo, solo necesitamos sentarnos juntos, como miembros de una misma nación, y hablar –aunque solo sea una vez– de nuestro destino compartido: que somos los portadores de un mensaje de amor y fraternidad para el mundo, pero el mundo ve que ni lo uno ni lo otro sale de nosotros. Si, en vez de la fragmentación actual, les mostramos unidad por encima de nuestras diferencias, el mundo va a mirarnos de manera diferente. Si logramos poner en práctica entre nosotros “el amor cubre todas las transgresiones” –y no digamos si además implementamos “Ama a tu prójimo como a ti mismo”– ¿acaso no vendrá la humanidad y contemplará? ¿Acaso no querrá la gente poner en práctica la unidad entre ellos también?
De un modo u otro, el amor a los demás es el principio que todas las principales religiones han “importado” de nosotros. Pero caímos en el odio infundado antes de poder enviar el manual del usuario, y por eso nadie sabe cómo utilizar ese hermoso concepto. Ahora tenemos que ponerlo en práctica entre nosotros y así demostrar que es factible. Ese es todo el esfuerzo necesario en contra de la difamación.