Dr. Michael Laitman Para cambiar el mundo cambia al hombre

Purim no es la versión judía de Halloween

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Qué fiesta tan grande es Purim: el miedo a ser aniquilados primero, la gran alegría de la salvación después. Sus celebraciones son realmente excepcionales, sobre todo si tenemos en cuenta el precepto de consumir alcohol hasta el punto de no poder distinguir entre el malvado Hamán y el justo Mordejay.

 

Purim es también una festividad llena de símbolos. Y el mensaje esencial es que, ante el mal en estado puro, personificado en Hamán, incluso Mordejay, máximo exponente del bien, se encuentra desvalido. Frente al mal en estado puro, lo único que funciona es la unidad. Cuando Mordejay solicita a Esther que pida misericordia al rey, esta contesta que ni siquiera ella, la reina, puede salvarlos; solamente podrá hacerlo si Mordejay reúne a todos los judíos para que ayunen y rueguen por ella. Entonces, al unirse todos de nuevo, es cuando ella pone todo su empeño y triunfa.

 

Los disfraces son otra costumbre simbólica sin mayor transcendencia, porque Purim no es la versión judía de Halloween. Los disfraces representan el ocultamiento de las fuerzas que desencadenan esta situación en nuestro interior.

 

En el libro Shamati (Yo escuché) del Rav Yehuda Ashlag, autor del Comentario Sulam (escalera) sobre El Libro de Zóhar, se explica que el rey representa a Dios. Esther, la reina judía, representa el deseo corregido de conectar con Dios. Esa es la razón por la que ella aparece después de que la reina Vashti corrompa su comportamiento y el rey decida divorciarse. Se llama Esther, de la palabra Hastará (ocultamiento), porque su identidad judía todavía está oculta. Solamente se revela cuando tiene que intervenir para salvar a los judíos; y de ahí la palabra Meguilá (rollo/libro), que deriva de la palabra hebrea Guiluy (revelar). Por eso, el relato descrito en el libro de Esther se considera un “milagro oculto”, en referencia al milagro de la revelación del poder de Dios de manera oculta.

 

Mordejay representa el atributo de misericordia: es pura bondad y no desea nada para sí mismo. Cuando los dos siervos conspiran para asesinar al rey, Mordejay alerta al monarca a través de Esther. No obstante, el rey no recompensa a Mordejay, ni tampoco él reclama un pago o reconocimiento por ello.
Otro elemento significativo que está oculto en la historia es que el plan de Dios consiste en instaurar al atributo de misericordia (Mordejay) como regidor del reino (el mundo). Obviamente, si el mundo es gobernado por la misericordia que representa Mordejay, la gente sería mucho más feliz que siendo gobernada por la maldad, encarnada por Hamán. Pero Mordejay no tiene ningún deseo de gobernar, ya que no quiere nada para sí mismo: es feliz en su anonimato.

 

Para lograr que Mordejay se movilice y que finalmente llegue a gobernar, el rey se ve obligado a introducir una amenaza lo suficientemente importante como para incitarlo a la acción, una amenaza de destrucción no para Mordejay, sino para todo su pueblo. Esa amenaza es Hamán, que representa lo opuesto a la misericordia: el deseo implacable de consumir y poseer, el deseo de complacerse a sí mismo sin pensar en los demás. En definitiva, Hamán es la quintaesencia del egoísmo.

El argumento de Hamán para justificar el exterminio de los judíos es que no existe unidad entre ellos –“Hay cierto pueblo, disperso y dividido”–. Los judíos se convirtieron en una nación en el momento en que hicieron una promesa: estar unidos como si fueran “un solo hombre con un solo corazón”. Hamán alega que ellos no “guardan las leyes del rey”, algo que tiene sentido si tenemos en cuenta que la ley que los constituyó como nación fue que se mantuvieran unidos. Con su división, están infringiendo esa ley. En ese estado se vuelven innecesarios, y por lo tanto, Hamán recomienda al rey que se libre de ellos.

 

Los judíos están aterrados. No tienen ni idea de cómo salvarse, y tampoco comprenden qué han hecho para merecer la muerte. Pero entonces llega Mordejay, los reúne para rezar por el éxito de Esther en su letanía y ellos le siguen. Con esa acción vuelven a unirse, se convierten de nuevo en una nación, tal como sucediera a los pies del monte Sinaí. Y eso invalida el argumento de Hamán, porque ya no están divididos: ya no infringen la ley del rey. Lógicamente, la sentencia queda entonces derogada.
Los personajes en este relato nos hablan acerca de fuerzas ocultas que actúan en nuestro interior como individuos, pero también en nuestra interacción como pueblo. Estas fuerzas siempre están presentes, y son el sustento para nuestro desarrollo espiritual. Y del mismo modo que estas fuerzas crearon un Hamán en aquella ocasión, vuelven a crear “Hamanes” una y otra vez. En la actualidad, podemos comprobar que existen unos cuantos en cada país, y hoy como entonces, el remedio es la unidad. Si estamos unidos, nos salvamos. Si olvidamos la unidad, las amenazas se ciernen sobre nosotros, e incluso sufrimos el exterminio.

 

Esto nos lleva al gran júbilo de Purim, la festividad donde se nos dice que bebamos hasta no distinguir el bien del mal. Lo cierto es que, cuando nos unimos, extendemos esa unidad por todo el reino, es decir, por toda la creación. Es entonces cuando nos convertimos en “luz para las naciones”: irradiamos la luz de la unión. Cuando la gente está unida, no hay lugar para el recelo o la desconfianza, sencillamente todos sienten que son uno. En tal estado, la distinción entre Hamán y Mordejay se vuelve innecesaria; eso es lo que simboliza el estado de embriaguez.

 

Los “Hamastaschen” (expresión en Yidish para los “bolsillos de Hamán” –los dulces típicos de Purim–) representan la corrección de los deseos egoístas de Hamán una vez que todo el pueblo se ha unido. Por eso su relleno es dulce, para representar la alegría de la unión en deseos que no son egoístas. Esta es también la razón por la que nos ofrecemos regalos y hacemos donativos a los más necesitados, como muestra de una conexión mejorada y renovada entre nosotros.

 

En conclusión, la festividad de Purim nos enseña que todos nuestros males vienen por falta de unión. Cuando no estamos unidos, somos hostigados, como lo fuimos durante el exilio en Babilonia, como lo hemos sido en todas las persecuciones a lo largo de nuestra historia, y como ahora de nuevo empezamos a sentir. Pero unidos, estamos a salvo. Entonces, cuando nada marche bien, ¡unámonos!

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