Uno de mis estudiantes me leyó un extracto de Nicolás Maquiavelo, diplomático y autor del siglo XV, donde clarifica aspectos de la naturaleza humana y del liderazgo:
Si te eligen rey y la corona resulta ser grande, primero caerá sobre tus ojos… ¡Y no verás nada!
Luego caerá sobre tus oídos… ¡Y no escucharás nada!
Después se deslizará hasta tus labios… ¡Y no podrás decir nada!
Al final, caerá sobre tu cuello… Y se convertirá en el collar, con el que tus propios esclavos te llevarán a la ejecución.
Y verás todo y escucharás todo y podrás decirlo todo…
Pero ya nadie te escuchará y no tendrás nada que decir.
Maquiavelo describió la corona -símbolo de poder-, que puede deslizarse de la cabeza del líder, cegándolo, ensordeciéndolo y en última instancia, llevándolo a su caída. La pregunta es: ¿qué significa que la corona quede en tu cabeza?
Cuando la corona queda en tu cabeza, significa que cumples tu rol como líder. No sólo tienes poder; también tomas responsabilidad. Te conectas con tu pueblo y con la sabiduría que surge del colectivo. Un verdadero líder no piensa: “Soy el poder, soy el rey”. Sino que, entiende que el poder no es para su gloria, sino para servir a los que se lo confiaron.
El momento en que un líder empieza a pensar: “Todo gira en torno a mí”, pierde conexión. Se aísla, no se rodea de asesores sabios, sino de aquellos que buscan su propio beneficio. Este es el principio del fin del líder. La historia nos enseña esta lección una y otra vez. Los líderes que sucumben a su ego. dejan de ser autoridad. Aquellos a quienes una vez gobernaron, aquellos que les sirvieron, inevitablemente los conducirán a su destrucción.
¿Cuál es la solución a esa situación? ¿Cómo puede un líder mantener la corona en su cabeza sin que caiga y lo asfixie?
El líder futuro debe rodearse de gente más sabia y capaz, no de amigos ni allegados, sino de quienes tengan habilidades únicas para asesorar en beneficio de todos. Ese líder será lo suficientemente humilde para entender que la sabiduría reside en las masas, no en su propia mente. Escuchará, cuidará y actuará como padre para su pueblo, se sentirá responsable de cada individuo, comprende sus necesidades y trabaja por su bienestar.
Si el ego del líder despierta, debe librar una guerra constante contra él. Un verdadero rey, diariamente “mata su ‘yo’”. Deja de lado sus deseos personales en bien de su pueblo. Y no es tarea fácil. Requiere vigilancia constante y conexión con quienes puedan mantenerlo con los pies en la tierra y sobre todo, cuida profunda e inquebrantablemente a su pueblo.
¿Puede haber líderes así en nuestro mundo? Tal vez, aún no. Pero la humanidad está en camino evolutivo. Aunque enfrentemos obstáculos, espinas y dificultades debido al creciente deseo egoísta de beneficio propio, seguimos avanzando. Puede ser doloroso, pero llegaremos a una nueva actitud de cuidado mutuo.
El líder verdadero no se define por su poder, sino por su responsabilidad, humildad y capacidad para cuidar a todos bajo su corona. Sólo así, la corona permanecerá firme, no como carga, sino como guía que ilumina y da esperanza a todos.
Excelente reflexion, doctor Laitman, en estos tiempos de crisis de liderazgo.