Nuestra responsabilidad por el mundo, surge del estado original en el que todos estábamos conectados, como un gran deseo de recibir el deleite y el placer que la naturaleza nos da.
Desde entonces, en nuestra percepción nos separamos de ese estado de unidad perfecta y eterna, pero gradualmente, estamos evolucionando para, una vez más, darnos cuenta de que todos pertenecemos a un gran sistema. Puede compararse con sentir que pertenecemos a una familia única y global. Aunque, la realidad es que estamos mucho más cerca de nuestro estado original que, incluso, la descripción de la familia.
Cuando desarrollemos la sensación de esta cercanía, sentiremos que somos responsables del mundo entero. Y cuando todos nos sintamos responsables del mundo, realmente veremos un mundo nuevo.
Por ejemplo, si de repente, gracias a alguna orden mágica, quisiéramos ver a los demás como amigos, el mundo definitivamente cambiaría. Pero, como no lo creemos, porque parece demasiado irreal, hemos seguido haciendo lo mismo hasta ahora.
Esta “orden mágica” puede ocurrir si desarrollamos el deseo sincero y suplicamos la ayuda de lo que está más allá de nuestros poderes humanos -la fuerza superior de amor y otorgamiento, la fuerza positiva que habita en la naturaleza. Esta fuerza es la que puede cambiarnos para que sintamos el dolor del mundo y lograremos relacionarnos de forma diferente.
Al aferrarnos a la fuerza superior y pedirle que actúe de forma positiva en el mundo, nunca dejaremos de sentir su dolor. Esa petición se convertirá en nuestra acción clave, es decir, una petición continua para hacer un mundo mejor, lograr que la misma fuerza que hizo que el mundo sea malo, lo haga bueno.
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