“En el principio Dios creó el cielo y la tierra. Y Dios separó la luz de la oscuridad”
Quiere decir que cuando apareció la luz en nuestro mundo, quedó claro que el universo estaba formado por dos estados opuestos: luz y oscuridad, día y noche.
La luz y la oscuridad dentro de nosotros, se revelan en relación con nuestra conexión con Dios, a quien, en la sabiduría de la Cabalá, normalmente llamamos “Creador”. Se refiere a una fuerza superior de amor y otorgamiento, que también se llama “luz superior”. Esta fuerza es opuesta a nuestra naturaleza animal de recibir sólo para nosotros mismos.
Si nos elevamos un poco por encima de nosotros mismos, es decir, por encima de la naturaleza animal, comenzamos a sentir que hay luz: luz de otorgamiento, de conexión, de amor y de unidad. Primero, sentimos la luz y la oscuridad en nosotros, donde la luz es todo bien, los estados positivos de conexión que habitan en la humanidad, la oscuridad es lo opuesto.
Lo mismo se aplica al cielo y a la tierra, donde el cielo simboliza el deseo de otorgar del Creador y la tierra simboliza el deseo de recibir de la creación.
Sugiere que hay dos fuerzas en el universo: primero, la fuerza del Creador y segundo, la fuerza de la creación. En esencia, desarrollan y separan nuestros pensamientos. Oscuridad son los pensamientos egoístas, donde sólo pensamos en términos de beneficio propio y luz son pensamientos de ir hacia afuera de nosotros, en forma de otorgamiento, en otras palabras, pensamientos dirigidos al Creador.
Así, podemos entender lo que está escrito: “Y antes, la Tierra estaba desordenada y vacía”, es decir, antes de que se separaran los pensamientos egoístas de los pensamientos de otorgamiento, no había orden, no había separación entre ellos.
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