La aprensión e incertidumbre por el coronavirus desencadenaron una situación tan contagiosa y generalizada como la pandemia misma: la teorías de la conspiración.
Desde que surgió esta enfermedad global, que prácticamente paralizó al planeta, empezó el juego de culparse entre países, la gente especula que el origen de la crisis fue una agenda oculta y maquiavélica, ejecutada por grupos poderosos. Así, hacemos lo que los humanos sabemos hacer mejor: buscar responsables fuera de nosotros mismos. Si queremos tocar el problema real, debemos centrarnos en su raíz: la naturaleza humana egoísta e indiferente.
EUA enfrenta su «Pearl Harbor, momento 9/11», advirtió el cirujano general de ese país. A medida que aumenta el número de muertes por coronavirus. Las redes sociales han sido invadidas por afirmaciones de que, el número, es inflado por funcionarios de salud, para defender a la administración actual. Pero los teóricos de la conspiración también están ocupados con otras especulaciones, como el supuesto vínculo entre el lanzamiento de la tecnología inalámbrica 5G y COVID-19. Otros plantean la hipótesis de que el virus lo crearon las élites y las organizaciones internacionales como arma biológica para reducir la población y establecer un nuevo orden mundial. La lista continúa.
Nada tiene sentido. Por desgracia, el iniciador, el «conspirador» detrás de la epidemia, es mucho mayor y más poderoso que cualquier presunto perpetrador: es la naturaleza misma. Esta fuerza suprema, en secreto, teje un plan final para generar un cambio positivo en el mundo. Aunque invisible y más allá de nuestra comprensión, el plan de la naturaleza es que imitemos sus características de amor y entrega. Su única meta es que finalmente reconozcamos que estamos inextricablemente unidos a un ecosistema integral, esta y todas las demás crisis que afectan a la humanidad se derivan de nuestra actitud perjudicial hacia el mundo.
Más peligroso que un arma biológica
El coronavirus no fue creado deliberadamente por humanos. Es resultado del desequilibrio que provocamos en la naturaleza, donde el hombre vive sólo para su beneficio propio y por lo tanto, causa daños. Los demás niveles de la naturaleza: inanimado, vegetal y animal, actúan instintivamente y toman solo lo necesario para su supervivencia.
El COVID-19 viene a enseñarnos que nuestro paradigma individualista de mente estrecha y de abusar de nuestro entorno, nos tiene en un callejón sin salida, en un estado tan peligroso que si seguimos por ese camino, podríamos tener consecuencias aún más mortales que la pandemia, una guerra mundial inminente.
Si enfocamos nuestra atención en el proceso evolutivo del mundo, nos daremos cuenta de que la naturaleza no es realmente secreta ni intrigante; sus acciones realmente son abiertas y fáciles de ver. Nuestra naturaleza humana inherente, el deseo constante de aprovecharnos de los demás con innumerables pensamientos y acciones egoístas, hace que la bondad del mundo sea oculta. Por eso, generosamente se nos da tiempo para que busquemos un alma que nos permitirá contemplar el cambio.
Si nos unimos, no sólo en momentos de problemas ni durante la epidemia, sino más bien por un profundo sentido de conexión basado en lazos saludables de amistad, hermandad y preocupación mutua, seremos semejantes a la cualidad de la naturaleza, dentro de su sistema integral. Así, mientras más la imitemos, mayor y más complejo será el nivel de equilibrio que alcanzaremos.
Este es el rumor que necesita extenderse por el mundo. Precisamente ahora, durante la crisis del coronavirus, debemos comenzar un proceso educativo integral sobre responsabilidad mutua, que desarrolle en nuestro interior la conciencia de que no tenemos más remedio que actuar como parte integral de este sistema único, interconectado e interdependiente Lo que urge en este momento es lograr una conciencia global de cómo debe comportarse la humanidad dentro del sistema de la naturaleza, cuál es nuestra función adecuada frente al mundo y cómo lograr armonía y comunicación correcta entre nosotros.
Es exactamente lo que necesitamos los humanos: amor y respeto por la naturaleza y la humanidad misma.