Ya hace unos diez meses que cada uno se encuentra en el sitio donde la Covid-19 lo ha situado. Cientos de miles trabajando desde sus casas, millones de niños estudiando (o no) desde sus hogares, y todos, sin excepción, aislados socialmente.
Es un error llamar al virus “corona”. Se trata de una nueva fuerza intrusa que se metió en el mundo, levantando particiones, alejándonos, y desde entonces nos conducimos de una manera diferente. Parte de nosotros sufre mientras que otros están contentos. Hay quien está de acuerdo con la situación y hay quien siente fastidio. De una forma o de otra, está actuando aquí una fuerza que viene de arriba. Podemos atribuirla al gobierno o a cualquier factor conspirativo, pero en definitiva, se trata de un fenómeno, y este actúa sobre nosotros y nos cambia la vida de manera irreconocible.
No me apuraría a regresar al estado que había antes de que irrumpiera la Covid-19, más bien quisiera que se quedara y nos encerrara aún más. Quisiera que continúe obligándonos a cambiar hasta que gritemos: “¡Basta, estamos listos!”. Estamos listos para comenzar a acercarnos, a conectarnos, a corregir las terribles relaciones que existen entre nosotros. Estamos predispuestos a experimentar la buena vida que tenemos aquí, en la faz de la tierra. Mientras no estemos listos, mejor quedémonos bajo las mismas condiciones y presiones. Quizás hace falta dar más tiempo al tiempo.
En las fuentes está escrito: “Bienaventurado aquel que su esposa lo despierta, su Torá lo despierta, su sustento lo despierta”. Aquel que puede encontrar su sustento en el lugar en el que vive y habita es muy bueno. Antiguamente, los oficios se realizaban desde el hogar o en talleres en el entorno del hogar: zapatero, sastre, herrero, carpintero. Los campesinos tampoco iban muy lejos. Sus cultivos se hallaban en la cercanía de sus casas. Había quienes debían alejarse por su profesión especial y cruzaban las distancias. Pero, ¿Qué beneficio nos dio alejarnos del hogar? En cuanto a la esencia de la vida y su propósito, ¿tanto nos ha ayudado la libertad de movimiento? ¿nos ha permitido desarrollarnos?
Hemos usado la libertad de movimiento para llenarnos de juegos de dinero y honor, placeres y necedades, pero libertad no hay en ello. Inicialmente, cuando uno elige viajar de vacaciones o salir por la noche, no utiliza su libertad. En realidad, no elige, sino observa lo que hacen los demás y los imita, como un loro. Al obrar como su entorno, siente satisfacción: “Hete aquí, no soy menos que los demás”.
Pero, esa fuerza intrusa nos ha frenado, el virus “Corona”, y nos ha dado una posibilidad de debatir, pensar en silencio sobre la vida, y quizás hacer un giro y recibir una nueva dirección en nuestro desarrollo. Le demos las vueltas que le demos, la dirección anterior no nos estaba favoreciendo. No a la ecología, ni al globo; no a nosotros, ni a nuestros hijos. ¿Cuál es, entonces, la tragedia en el hecho que estemos acabando una vida anormal que se convirtió en la norma?
La “nueva normalidad” tiene que permitir al hombre ser libre, libre de exceso de trabajo, libre de pensar e investigar, libre de encontrar la razón para la cual vive, y elegir pasar la vida donde hay un sentido eterno
Corona.
No es el virus que nos castiga. Somos nosotros mismos los que nos hemos castigado quitandonos la corona de ser hijos del Eterno, principes herederos del Dios Rey Celestial para convertirnos en robots programados como titeres.
Busquemos la paz dentro de nosotros mismos, en la soledad y así seremos libres al darnos cuenta que somos hecho a imagen de nuestro Dios, que estamos hechos para amarnos a nosotros mismos pues solo asi podemos amar al prójimo.
El virus se gestó hace muchos años cuando nos convertimos en seres individualistas, abariciosos, egoista en fin cuando nos olvidamos de que cada uno es parte del todo.
Disfrutemos cada minuto y pensemos que no estamos solos.
Que este encierro sea como un periodo de gestacion donde luego podamos parir lo major de cada Uno de nosotros.
Dios los bendiga y llene de muchas bendiciones .
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