Para mucha gente, la felicidad es el sentimiento de ser amada, aceptada y de estar segura de su entorno social. Nos sentimos seguros cuando tenemos una imagen positiva y somos optimistas sobre el futuro, eso nos da una razón para vivir. Si lo perdemos, sentimos rechazo y a veces, incluso nos suicidamos. Para nosotros, el futuro es más importante que el presente; ilumina u oscurece el ahora, por eso, es vital que tengamos un futuro seguro, rodeados de amor y amistad.
Actualmente, para sentirnos seguros, adquirimos pólizas, fondos de retiro, etc. Pero al final, muy pocos se sienten tranquilos y seguros cuando se trata del futuro. En el pasado, la unidad familiar fue una fuente de amor y de seguridad. Hoy, los lazos familiares están tan rotos, que ya no podemos confiar en ellos en tiempos de necesidad. Nos sentimos solos, vivimos en una época de alienación y aislamiento.
En lugar de estar atados a una familia amorosa, hoy estamos encadenados al mundo entero. La humanidad se convirtió en una red global donde todos se sienten conectados, todos influyen en todos y dependen de todos. Es como si la humanidad estuviera en un barco que navega a la deriva sobre aguas tormentosas; dependemos unos de otros para nuestra supervivencia, pero no podemos soportarnos y no queremos que los demás vivan a bordo. En tal estado, por supuesto, nos sentimos inseguros y sin amor.
Ese estado puede hacer que deseemos rendirnos, pero también podemos verlo como desafío, un trampolín para el siguiente nivel en nuestro desarrollo. Para eso, necesitamos cambiar la interdependencia que nos impone la realidad: de negativa a positiva, como los lazos familiares que solíamos tener.
En relaciones familiares así, no queremos aniquilarnos. Al contrario, queremos apoyarnos y ayudarnos unos a otros. Al crear un sistema recíproco donde todos se ayudan, creamos una sociedad donde todos se preocupan por los demás y generamos sentimientos de amor y seguridad a nivel social. Ese nivel es mucho más gratificante que ser amado por unos pocos miembros de la familia; es una percepción totalmente diferente de la sociedad, un sentimiento de cercanía con todos. Es felicidad en un nuevo nivel, más profundo y mucho más fuerte.
En un estado donde todos los miembros de la sociedad se sienten cercanos, todos aportan sus habilidades para el bien común y disfrutan de las contribuciones de los demás. La sociedad se convierte en un cuerpo cuyos miembros son sus células y órganos: cada uno tiene su función única, pero todos trabajan por el mismo fin, con la misma entrega y con amor absoluto.
Ya estamos interconectados y somos interdependientes. No podemos romper nuestras conexiones, nuestra única opción es seguir adelante. Pero como resistimos este proceso, nos sentimos cada vez más asustados y solos, en un mundo en el que dependemos de enemigos. Si abrazamos el proceso, nos sentiremos, como acabo de describir, como células trabajando en armonía para el bienestar del cuerpo, nos sentiremos seguros y amados por todos.
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