La terrible masacre en el club Pulse de Orlando (Florida) no es un hecho aislado: forma parte de una campaña. La Yihad contra los infieles en el territorio continental de los EE.UU. está en marcha desde hace ya tiempo. No debemos engañarnos pensando que este es un ataque específicamente dirigido contra los homosexuales: se perpetró en contra de la cultura y la civilización occidental.
La masacre de San Bernardino en diciembre del 2015, en la que fueron asesinadas 14 personas, fue el peor acto de terrorismo en suelo estadounidense desde el 11 de septiembre, hasta la matanza de Orlando. Al igual que en la matanza del pasado domingo por la noche, los autores eran extremistas influidos por grupos terroristas extranjeros. Ahora, apenas seis meses después de ese trágico evento en San Bernardino, la pesadilla de Orlando rebasa con creces aquella tragedia dejando 49 víctimas mortales y 53 heridos.
Es alarmante que estén sucediendo este tipo de tragedias, sin embargo no debería sorprendernos que ocurran. Desde que la administración Obama empezó a funcionar, se ha admitido a numerosos fundamentalistas islámicos en los EE.UU. y se les ha ayudado a establecerse en el país libremente y sin control.
Además de la amenaza que suponen dichos terroristas, esto también genera un clima social propicio para que aparezcan terroristas “autóctonos”, como los fanáticos de Orlando y San Bernardino. El FBI no será capaz de localizar y detener a todos los extremistas antes de que actúen: cuando el ambiente es condescendiente y permisivo con los fundamentalistas, pueden propagar libremente el veneno del odio. Y su volumen solo irá en aumento, al igual que su osadía. América debería preparase porque llegan tiempos difíciles.
Y como siempre ha sido desde que los judíos fueron expulsados de su tierra, en tiempos revueltos, son los primeros en pagar las consecuencias. En ese sentido la comunidad judía estadounidense no será una excepción.
Lo que también es típico de los judíos –particularmente en el mundo occidental– es que parecen tan deseosos de integrarse que reciben a sus enemigos con los brazos abiertos. Del mismo modo que hubo judíos que apoyaron e incluso espiaron para Hitler durante la Segunda Guerra Mundial, hay judíos que apoyan invariablemente al Partido Laborista británico, cuyo antisemitismo, profundamente arraigado, ha quedado recientemente al descubierto; y son muchos también los que apoyan que los gobiernos admitan indiscriminadamente a todos los musulmanes a sabiendas de que esto permite que los terroristas y extremistas entren por la puerta grande, adquieran armas y cometan atrocidades. Y cuando otro judío les advierte sobre ello, le llaman intolerante y lo tachan de retrógrado.
Tradicionalmente, esta posición nunca ha favorecido a los judíos. La fuerza de los judíos radica en su unidad, no en su servilismo.
La verdadera unidad judía, la que fue cultivada por nuestros antepasados, era diferente a la de cualquier otra nación. Y nuestra obligación es recuperarla y compartirla.
No es una unidad de tipo “Nueva Era”, donde todos sonríen unos a otros y se dedican cumplidos mientras que por debajo sigue creciendo la podredumbre hasta que estalla. Es la unidad que reconoce la vileza de nuestra naturaleza pero se esfuerza por subir y unirse por encima de ella.
La contribución judía al mundo –y lo único que puede salvarnos de sufrir graves consecuencias una vez más– es que apliquemos y después compartamos la capacidad de generar este tipo especial de cohesión y solidaridad.
Los antiguos judíos encontraron en la unidad una fuente de energía que les ayudó a equilibrar su egocentrismo y consolidó su ancestral sociedad durante siglos. En la actualidad, nuestro egocentrismo se ha convertido en narcisismo patológico y nuestra sociedad se desintegra. En este contexto, han surgido y prosperado varios tipos de interpretaciones alternativas sobre religiones e ideologías, y terminarán desintegrando nuestra sociedad. El único revulsivo es esta unidad especial que desencadene esa fuerza.
A medida que nuestro mundo se vuelve más interconectado se hace más necesaria esta antigua pero a la vez moderna forma de unidad. Sin ella, no hay esperanza para la sociedad americana ni para la europea. Y como siempre, toda la ira se volcará contra los judíos. Que elijamos la unidad no solo determinará nuestro destino sino también el de la humanidad, ya que se adentra vertiginosamente en el caos y el colapso.
Si queremos que la elipsis en el título de este artículo sea remplazada por la palabra “paz”, los judíos debemos reconciliarnos entre nosotros sin tocar nuestros acalorados egos: solamente debemos subir por encima de ellos y compartir nuestra unidad con el resto del mundo. De no hacerlo, las elipses serán remplazadas por el nombre de una próxima localidad donde otra tragedia tendrá lugar.
Imagen: Departamento de Policía de la ciudad de Orlando (Wikimedia Commons)