Hace algunas semanas, el gobierno australiano de centro-izquierda revocó la decisión de la administración conservadora anterior, de reconocer a Jerusalén Occidental como capital de Israel. La ministra de Asuntos Exteriores de Australia, Penny Wong, declaró que el estatus de la ciudad debe decidirse en negociaciones entre Israel y el pueblo palestino y que Australia «no apoyará un enfoque que socave» la posibilidad de una solución de dos Estado, en la que hay un Estado palestino junto a Israel.
Israel condenó la decisión del gobierno australiano y el Ministerio de Asuntos Exteriores israelí convocó al enviado australiano para presentar una protesta oficial. Pero si nosotros no sabemos lo que representa Jerusalén ni lo que significa su nombre, ¿podemos esperar que otros reconozcan que es nuestra capital?
No me sorprende que el nuevo gobierno, de tendencia izquierdista, haya revocado la decisión anterior, tomada por una administración conservadora. En estos días, la izquierda está al alza en todo el mundo y siempre ha sido más antisemita y antiisraelí, que la derecha.
Además, teniendo en cuenta la forma en la que Israel trató a Donald Trump, quizá el mejor amigo de Israel desde su fundación, creo que es justo decir que «nos lo merecemos». Si no apreciamos a nuestros partidarios, ¿podemos quejarnos de que nuestros críticos se envalentonen?
En lugar de reprochar a los embajadores extranjeros, deberíamos centrarnos en nosotros y hacer lo que debemos hacer. La segunda parte del nombre Jeru-salem viene de la palabra hebrea Shalem (totalidad). Jerusalén debe ser una ciudad de unidad, donde todos los judíos, de cualquier cultura, etnia y denominación, se únan para celebrar la unidad. Jerusalén debe ser símbolo de unidad. Y no será total, hasta que lo seamos nosotros, entre nosotros.
En los días del Segundo Templo, especialmente durante el siglo III EC, hubo un período en el que Jerusalén fue un modelo real de unidad. En esa época, gente de todo el mundo iba en tiempos de celebración, para inspirarse y aprender a unirse. El libro Sifrey Devarim escribe que la gente «subía a Jerusalén, veía a Israel… y decía: ‘Es conveniente aferrarse a esta nación'».
Incluso Henry Ford, rabioso antisemita, aconsejaba a sus lectores que aprendieran de los judíos. En su compilación de ensayos antisemitas titulada El judío internacional: principal problema del mundo, escribió: «Los reformistas modernos, que están construyendo sistemas sociales modelo… harían bien en estudiar el sistema social bajo el que se organizaron los primeros judíos».
Cuando logremos sostener nuestra solidaridad y cohesión, cuando dejemos de preocuparnos por lo que hace este o aquel gobierno, descubriremos que es exactamente lo que el mundo quiere que hagamos, incluidos nuestros vecinos árabes. No resolveremos el conflicto con nuestros vecinos ni el odio del mundo, hasta que superemos los conflictos internos que nos dividen y dejemos de odiarnos unos a otros.
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