Durante décadas se nos ha hecho creer que encontraremos la felicidad adquiriendo el último modelo de coche/ teléfono/ par de zapatos/ etc. Pero en cuanto conseguimos ese último modelo que iba a garantizar nuestra felicidad, nos dicen que algo nuevo acaba de salir y que nunca seremos felices si no lo conseguimos… Así es como hemos creado el consumismo.
En los últimos años ha aparecido una nueva tendencia. Se llama “lowsumerism” (bajo consumismo) y defiende que compremos únicamente lo que realmente necesitamos y que seamos conscientes del impacto de nuestras compras sobre el planeta.
Pero contener nuestro exceso de compras no nos hará más felices. Así que en lugar de preguntarnos: “¿Cómo podemos detener el consumo excesivo?”, deberíamos preguntarnos: “¿Por qué el consumo excesivo es lo más importante?”.
Los psicólogos Brickman y Campbell acuñaron el término “relativismo hedonista” para describir a grandes rasgos nuestra afición a consumir continuamente. Hoy en día lo llamamos por su nombre: “espiral hedonista”. Sin embargo, observar un fenómeno y darle nombre no sirve para explicar su causa. Para entender por qué somos tan propensos a ello es preciso entender la naturaleza humana y su secuencia de desarrollo.
Como todos los demás elementos de la realidad, nosotros, los seres humanos, estamos compuestos de elementos positivos y negativos. La inhalación y la exhalación hacen posible la respiración; el bombeo de sangre entrando y saliendo del corazón hace posible la circulación. Sin ello no podríamos vivir. Del mismo modo, lo masculino y lo femenino se complementan para poder dar lugar a la continuación de nuestra especie, y el ciclo de actividad/descanso en los juegos infantiles permite a los niños crecer de manera sana.
En todos los niveles de la realidad se mantiene este equilibrio entre el negativo y el positivo excepto en una parte del sistema: el nivel de los deseos humanos. En mi libro El interés personal frente al altruismo en la era global: cómo la sociedad puede convertir los intereses personales en beneficio mutuo, publicado hace cinco años, muestro cómo los deseos humanos están evolucionando de tal manera que el elemento negativo está imperando y esto nos hace perder el equilibrio, destruyendo así nuestro planeta, nuestra sociedad y, en última instancia, a nosotros mismos. Ese excesivo desarrollo de los elementos negativos en nuestros deseos se manifiesta en un exceso de egocentrismo y de aislamiento junto con un deseo de explotar a los demás en beneficio propio.
El problema es que nuestro instinto natural de detenernos cuando ya hemos obtenido lo suficiente se ve superado por nuestra necesidad de destacar frente a los demás: debemos ser más inteligentes, más fuertes, más bellos, más ricos, etc. Cuanta más superioridad podamos agregar a nuestros egos, mejor nos sentimos con nosotros mismos. En consecuencia, nada en nosotros está equilibrado. Y debido a que estamos en un permanente desequilibrio, sentimos una constante ansiedad (aunque por lo general de manera inconsciente), hasta tal punto de llegar a confundir el alivio (de esa ansiedad) con la felicidad.
Pero hay una razón por la que no podemos equilibrar nuestros deseos del mismo modo que el resto de la naturaleza. Consumimos en exceso porque nos sentimos desconectados entre nosotros, aunque lo cierto es que estamos conectados en una red de pensamientos y deseos que determinan lo que somos a casi todos los niveles. Ahora bien, solamente elevándonos por encima de nuestro egocentrismo, podremos experimentar este nivel de conexión positiva.
Y puesto que no podemos superar esta conexión, la detestamos y nos resistimos a ella de diferentes maneras. Los más deprimidos e introvertidos entre nosotros tienden a aislarse y alejarse de la sociedad. Al no encontrar la felicidad a menudo se hunden en la depresión, y el abuso de drogas y alcohol son una vía de escape llegando a veces al suicidio. Los menos inhibidos entre nosotros toman el camino opuesto, y pueden llegar a expresar sus conexiones rotas con los demás de manera violenta y agresiva.
Pensemos en ISIS por ejemplo. Hay muchos musulmanes devotos que no se vuelven violentos. Mantienen una estricta forma de vida siguiendo su fe, pero no intentan imponerla a otros ni castigar a todo aquel que viva de manera diferente.
Los ataques terroristas del 22 de marzo en Bruselas son el ejemplo opuesto. Más allá de la ideología islamista, se trata un estallido de odio humano que se ha convertido en misantropía asesina. Comparado con esa violencia, el consumo excesivo parece un asunto francamente sencillo de manejar. Sin embargo, todos estos problemas provienen de la misma raíz: nuestra incapacidad para equilibrar dentro de nosotros el negativo con el positivo.
No hay más que ver las noticias para entender que hemos llegado a un punto de inflexión en el que debemos recobrar el control sobre nosotros mismos –sobre nuestra propia naturaleza– y restablecer el equilibrio. Pero para ello, debemos aprender a conectar de una manera positiva.
Podemos educarnos para concienciarnos de lo beneficiosa que es nuestra conexión. En lugar de tratar de imponernos un bajo consumismo, aprendamos a utilizar nuestros deseos en pro del bien común. Y puesto que nos gusta ser únicos, nuestra singularidad enriquecerá nuestras comunidades, nuestras sociedades, el mundo en que vivimos. En lugar de tomar y tomar, vamos a dar y dar. Y como este será el comportamiento general en toda la sociedad, al final terminaremos recibiendo infinitamente más de lo que podríamos darnos a nosotros mismos.
En una sociedad donde cada uno aporta, tendremos mucho más que abundancia material. Gozaremos de satisfacción emocional porque podremos expresarnos de forma genuina; gozaremos de fortaleza mental y de energía gracias a la retroalimentación positiva que constante nos proporcionará nuestro entorno social.
No perdamos más tiempo. La comunidad internacional se encuentra al borde del colapso. Y nosotros, las personas, podemos convertir el mundo en un paraíso. O podemos dejar que se convierta en un infierno. La decisión depende de nosotros, y debemos tomarla ya.