Siempre, alrededor de la fiesta de Shavuot (también conocida como la Fiesta de las Semanas), los judíos discutimos el concepto de Tikkun Olam (literalmente, “corrección del mundo”). La comprensión predominante de Tikkun Olam es que el término habla de la obligación de los judíos de buscar justicia social, llevar una vida ética y apoyar la igualdad de derechos para los menos privilegiados y las minorías. Todos son objetivos dignos y el derecho a la igualdad es un hecho para todo ser humano. Sin embargo, ubicar la corrección del mundo en estos valores, garantiza que el mundo nunca será corregido, a continuación, explicaré por qué.
Al pie del monte Sinaí, cuando los judíos recibieron la Torá -el código legal en el que vivían-, la recibieron porque habían cumplido la condición previa para ser, aunque fuera sólo por ese movimiento, “como un hombre con un corazón”. Es decir, por un momento, se enamoraron tanto unos de otros, que se convirtieron en un solo hombre. Posteriormente, recibieron el código de ley destinado a ayudarlos a mantener ese estado de amor mutuo. Por esa razón el rabino Akiva, cuyos discípulos nos dieron los textos que forman la base de nuestra nación, enseñó que la regla general de la Torá es la frase: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.
Inmediatamente después de que Israel recibió la Torá, se le encomendó transmitir su logro. En otras palabras, se convirtieron en nación para ser “luz para las naciones”, es decir extender la unidad y el amor mutuo al resto de las naciones.
Pero hace dos mil años caímos en un odio mutuo tal, que ni siquiera necesitábamos una razón para odiarnos. Ese odio infundado nos trajo, no sólo la destrucción del Templo y pérdida de la soberanía, sino también odio y desprecio permanente de las naciones. Ese odio, cuya raíz fue el odio infundado por nuestros hermanos, nos trajo innumerables cataclismos, el más trágico, por supuesto, fue el Holocausto.
Sin embargo, no aprendemos. Hacemos todo lo posible para evitar amarnos unos a otros, en cambio, recurrimos a sustitutos como justicia social y moral. Sin embargo, como podemos ver, no hay justicia social y no hay moral en ninguna parte. Los valores no pueden reemplazar el amor mutuo, que es lo que las naciones realmente quieren de nosotros: brillar para ellos con la luz de la unidad.
Si nos amáramos, no necesitaríamos promover la justicia social, pues los amantes no se comportan injustamente entre ellos. No necesitaríamos hablar de moral, pues los amantes no se comportan inmoralmente con sus seres queridos. La ética no sería un problema, pues no existiría nada como explotación o maltrato, si realmente se cuidan entre sí.
Una madre no necesita códigos morales cuando atiende a su bebé. Su amor la dirige y ella siempre trabaja y tiene en mente el mejor interés de su hijo. Donde encuentres leyes, no encontrarás amor.
Y como si no hubiéramos sufrido lo suficiente, aún no queremos amarnos. Con gusto nos vinculamos a otras creencias y prácticas, pero cuando se trata de amar a la gente de nuestra propia nación ni siquiera hablamos de justicia social, mucho menos de amor.
Al relacionarnos tan despectivamente con nuestros correligionarios, evadimos el concepto de ser luz para las naciones. Estábamos, estamos y siempre estaremos en el centro de la atención mundial. Inconscientemente, todos esperarán que proyectemos la luz de amor fraternal a las naciones. Pero lo que proyectamos es burla mutua y odio. Cuando las cosas son así, ninguna nación nos amará, por mucho que tratemos de ganar su favor. Hasta que cumplamos con nuestro deber y cultivemos el amor entre nosotros, no cumpliremos la misión por la que nos dieron la nacionalidad en el primer Shavuot, al pie del monte Sinaí. Y las naciones no nos amarán.
Así que este año, propongo que nos centremos menos en ser moralmente justos y éticos y más, mucho más, en amarnos unos a otros. Vamos a atrevernos, por una vez, a superar nuestras diferencias, evitar juzgar, condescender, condenar y ridiculizar. En cambio, sigamos siendo lo que somos, pero vamos a unimos por encima del rechazo. Al menos pensemos en ello. El rabino Akiva no nos dejó un legado de ética, sino un legado de amor, así que tratemos de hacer lo que nos enseñó este maestro de nuestra nación y veamos qué sucede.
Maravilloso