El divisivo clima social y político de hoy en los Estados Unidos –un crisol de culturas en el seno de una sociedad en ebullición que estalla produciendo tiroteos masivos reiteradamente– se asemeja a una versión moderna de la antigua Babilonia hace 4.000 años.
Si echamos un vistazo al modo en que se administró la crisis en ese período histórico tan trascendental, obtendremos las claves para una convivencia más armoniosa en nuestros días.
Los antiguos babilonios inicialmente fueron una civilización unida. Pero con el tiempo, experimentaron un crecimiento de sus egos. El resultado fue que comenzaron a explotarse mutuamente buscando el beneficio personal y sufrieron una creciente división social con sus conflictos y dificultades.
Preocupado por la creciente división y el odio en la sociedad, Abraham, un sabio babilónico, comenzó a promover su método: un método de conexión basado en la idea de que, al lograr la conexión en la sociedad, entramos en equilibrio con la tendencia de conexión que se halla en la naturaleza. Por medio de ello, se experimenta una gran cantidad de resultados positivos: paz, cordialidad, felicidad y un sentido en la vida. Abraham solía invitar a todo aquel que quisiera aprender el comportamiento de la naturaleza: ella es esencialmente una cualidad de conexión, altruismo y amor. La sociedad podría elevarse por encima de sus impulsos de separación para entrar en armonía con la naturaleza.
Aquellos que acudieron a Abraham, fueron congregados en un grupo.
Este grupo llegó a ser conocido como «los judíos», que significa «un pueblo unido» (la palabra hebrea para «judío» [Yehudí] proviene de la palabra para «unidos» [yihudí] [Yaarot Devash, Parte II, Drush 2]). Es decir, los judíos nunca fueron personas con una conexión de base biológica, sino una congregación de personas que sentían por un lado los problemas de la creciente división en su civilización, y por otro lado que la solución a esos problemas estaba en aprender y aplicar en la sociedad las leyes de conexión presentes en la naturaleza.
Por un lado, el rechazo a vivir siguiendo un paradigma egoísta destructivo, y por otro lado, la atracción hacia la idea y el método unificador que Abraham proponía, hicieron que, con el tiempo, este grupo pudiera alcanzar una nueva percepción y sensación de vida unificada.
Como resultado de sus esfuerzos conjuntos por unirse, aprendieron a no caer en las exigencias del ego para beneficiarse a expensas de otros, y experimentaron novedosas y elevadas sensaciones más allá de los placeres que puedan encontrarse en cualquier otro lugar. Su unidad se extendió a través de la conciencia humana de la época, ya que, aparentemente surgiendo de la nada, la gente comenzó a pensar y actuar de manera más positiva, pacífica y considerada unos con otros.
El sublime estado de unidad que se expandió por toda la civilización humana vino pero se fue, ya que el ego humano finalmente superó la cota de unidad que había alcanzado el grupo dirigido por Abraham.
Sin embargo, la enorme importancia de lo que alcanzó este grupo conocido como «los judíos» –unidad por encima de la división– ha permanecido a lo largo de la historia, llegando hasta nuestra era como una sensación subconsciente en la humanidad. La expresión positiva de sensación es que los judíos tienen algo especial que otras naciones no tienen. La expresión negativa de esta sensación es que los judíos, de algún modo, son los responsables de las desgracias en la sociedad. Se escuchan todo tipo de razones sobre cuál es el problema con los judíos: que tienen demasiado poder en los países donde se han asimilado, que hay conspiraciones judías, que son codiciosos, y muchas otras. Sin embargo, la verdadera razón está en aquello que hizo “judíos” (es decir, «unidos») a los judíos: ellos, por encima de los impulsos de separación de la humanidad, llegaron a poner en práctica un método de conexión que se convirtió en la solución a los problemas de la civilización. Y en la actualidad todos esperan que lo vuelvan a hacer.
A medida que la sociedad acumule cada vez más sufrimiento y sensaciones negativas dándose cuenta de su impotencia y desesperación –ninguna de las llamadas «soluciones» disponibles, ya sean nuevas políticas, leyes, armas o tecnologías, proporcionará un beneficio duradero a la sociedad–, crecerá la exigencia subconsciente sobre el pueblo judío para que ponga en práctica el método de conexión que alcanzaron en el pasado.
En estos momentos es difícil ver una relación entre los tiroteos masivos y el papel de los judíos en el mundo, pero la raíz de la frustración, el odio y la desesperación que lleva a tales incidentes está estrechamente relacionada con el potencial que tiene el pueblo judío para inclinar la balanza hacia un lado o hacia otro, para convertirse en un modelo a seguir.
Por lo tanto, en cuanto los judíos se conviertan en una fuerza capaz de que la unidad prevalezca por encima del ego y las divisiones sociales, evitaremos más sufrimientos para el mundo y para nosotros mismos. Es más, traeremos plenitud de felicidad, confianza y armonía a la humanidad. La llevaremos hacia un nivel completamente nuevo nunca antes experimentado. Mi deseo es que este cambio tan positivo ocurra más pronto que tarde.
Este artículo es la Parte II de una serie. Para leer la Parte I, pulse aquí.
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