El mes de Tishréi es muy especial. Es único entre todos los demás meses ya que, de manera concisa, representa todo el proceso que la humanidad debe atravesar a lo largo de su historia. Si analizamos el mes de Tishréi, y especialmente los días sagrados en este mes, podremos comprender el proceso que debemos pasar aquí, en este mundo.
La persona comienza estos días de grandes festividades sintiéndose harta de la vida, sintiendo que su vida no va a ninguna parte. El tiempo pasa, pero no está haciendo nada relevante con su vida. Y uno puede haber acumulado posesiones materiales, tener un buen puesto de trabajo y un alto estatus social; pero aun así, la vida se termina.
La certeza de la muerte nos hace preguntarnos por el propósito de la vida. Al fin y al cabo, si nada perdura, lo que está sucediendo ahora tampoco tiene sentido. Y si continúo con mis orejeras puestas, y sigo disfrutando ¿en qué me convertiré?
Puedo ignorar todo esto, seguir el juego y que me consideren un triunfador. Pero es como estar de fiesta en el Titanic. ¿Y qué se puede hacer? Vivir y morir como animales: ¿es eso todo a lo que podemos aspirar? En el momento en que verdaderamente nos preguntamos por nuestra existencia, es cuando descubrimos la respuesta: en efecto, existe una vida diferente.
Nuestras vidas son una secuencia, y la sección en la que estamos ahora es solo una fracción de la totalidad de la existencia. Ahora bien, esta fracción es de una importancia transcendental: a partir de ella podemos avanzar a la siguiente parte de la vida a la vez que seguimos viviendo esta vida.
Rosh Hashaná (el comienzo del año) nos explica precisamente esta transformación: Rosh (cabeza) significa comienzo, una transformación. Empieza el año, empieza una nueva vida.
¿Cómo podemos dar ese giro? Primero lamentamos nuestra vida anterior, que era aún peor que la de un animal. A diferencia de los animales –desprovistos de libre albedrío y de intelecto– hemos desperdiciado nuestra vida. Empleamos nuestra libertad, excepcionalidad e inteligencia para bajar deliberadamente al nivel de los animales, y eso nos hace peor que ellos. Vamos a centrarnos en el nivel disponible únicamente para los seres humanos y veamos lo que podemos descubrir de la naturaleza.
Nuestros antepasados ya descubrieron este secreto. Y por eso se autodenominaron “cabalistas” (receptores), porque recibieron desde la profundidad de la naturaleza su esencia, su plan, su proceso y lo más importante: la meta que debemos alcanzar y para la cual fuimos creados.
Por lo tanto, las Slijot (oraciones de expiación para el período previo a las grandes festividades) expresan la tristeza que sentimos por nuestro enfoque animal hacia la vida. Sin embargo, las Slijot son también una gran alegría porque marcan un punto de inflexión donde empezamos a desear elevarnos a un nuevo grado.
El paso siguiente a las Slijot se llama Rosh Hashaná, de la palabra Shinuy (cambio). Marca el comienzo de una nueva vida: cuando decidimos que queremos ser semejantes a la fuerza universal de la naturaleza, la fuerza fundamental de dar y amar, cuya naturaleza otorgante crea y sostiene la vida como una madre sostiene a su hijo.
Debemos explorar esta fuerza porque es la única manera de descubrir por qué fuimos creados y cómo podemos finalmente parecernos a ella. Del mismo modo que un niño quiere parecerse a sus padres y los imita, debemos intentar parecernos a la fuerza universal de la naturaleza.
A esta fuerza la llamamos “Creador” o “naturaleza”, ya que cuenta con leyes claras y absolutas. Podemos revelar algunas de estas leyes a través de la ciencia, pero otras solamente podemos revelarlas a través de la sabiduría de la Cabalá. El cabalista Rav Yehuda Ashlag describe sucintamente la similitud entre naturaleza y Creador: “Podemos llamar a las leyes de Dios ‘Mitzvot (mandamientos) de la naturaleza’, o viceversa, porque ellos son uno y lo mismo” (“La paz”).
Esta ley universal –no podía ser de otra manera– es la ley del amor. Es la fuerza que genera y sostiene toda la naturaleza: la fuerza del amor, la fuerza de otorgar. Pero nosotros, como resultado que somos de ella, estamos en la fuerza de recepción.
Es como una madre y su bebé. El bebé solo quiere recibir de ella, y ella solo quiere dar a su bebé. Pero en nuestro caso la cuestión es que queremos seguir siendo bebés, no queremos crecer.
Aquí radica nuestro problema: no entendemos todo lo que nos perdemos, porque si subimos al mismo nivel que la naturaleza y llegamos a ser como esa madre –alcanzando el nivel de amor y otorgamiento– llegaremos a ser tan eternos y completos como la naturaleza. Es más, cuando nos elevemos por encima de lo material hasta el nivel espiritual, la muerte corporal no nos afectará porque ya habremos desarrollado ese nivel espiritual.
Esto es lo que representa Rosh Hashaná: cómo aceptamos la ley del desarrollo y cómo nos esforzamos para llegar a parecernos al Creador, a la fuerza de otorgamiento.
Tras este hito, comienza nuestro cálculo exacto de lo que tenemos que hacer para parecernos al Creador. En ese punto descubrimos que la naturaleza es pura dación –con 613 caminos de otorgamiento– mientras que nuestra propia naturaleza está absolutamente centrada en recibir –con 613 caminos de recepción–. Nuestra tarea es hacer que nuestra voluntad sea como Su voluntad, para lo cual hacemos nuestras cualidades similares a la Suyas. En otras palabras, llegamos a ser como Él. En la medida en que seamos como el Creador adquiriremos la fuerza de amor.
¿Cómo podemos lograr esto? ¿Cómo podemos cambiar nuestra naturaleza para ser semejantes al Creador, tener la fuerza de otorgar y no la fuerza de recibir? Es posible solamente a través de una fuerza que recibimos de Él. Esa fuerza se llama “Luz que reforma”. Esta luz “brilla” sobre nosotros y nos transforma. Es lo que representa la luz que entra a través del Sjaj (hojas que sirven como techo de la Sucá). Cuando nos sentamos en la Sucá, recibimos simbólicamente esta luz.
No necesitamos llevar a cabo esta recepción específicamente en una Sucá. Todo esfuerzo por parecerse al Creador para que el cambio pueda ocurrir en nosotros se considera recepción de la Luz que reforma. La Sucá tan solo es un símbolo de este proceso.
Posteriormente, transformamos nuestros 613 deseos de recibir (la inclinación al mal) en los deseos de otorgar (la inclinación al bien). Y con esto alcanzamos la conexión con el Creador a través de la Luz que reforma. “Torá” es la palabra que nos resulta más conocida para referirnos a la Luz que reforma, tal como está escrito: “He creado la inclinación al mal, y he creado la Torá como especia” (Maséjet Kidushin).
A continuación, en Simjat Torá (el regocijo con la Torá), Israel (aquellos se esfuerzan por parecerse al Creador), la Torá (la Luz que reforma) y el Creador (la fuerza de otorgamiento) se convierten en uno.
Con esto completamos nuestra transformación. Y con esto también finaliza el mes de Tishréi, que representa toda la trayectoria desde la gran desilusión con la vida, que genera las Slijot, hasta llegar a la corrección completa y eterna que recibimos en Simjat Torá.