La alcaldesa de Colonia, Henriette Reker, ha sido criticada por su recomendación a las mujeres alemanas de “mantener un brazo de distancia” a raíz de las masivas y aparentemente coordinadas agresiones sexuales en Año Nuevo, en las que, según The Guardian, “Decenas de mujeres afirman haber sido agredidas y atacadas sexualmente por grupos de hombres de apariencia árabe y norteafricana”. Las palabras de la Sra. Reker –las mujeres deben “permanecer juntas en grupos y no separarse, incluso en un contexto de ambiente festivo”– provocaron la indignación y un intenso debate en Alemania sobre la política de puertas abiertas de Merkel hacia los inmigrantes.
La política de inmigración alemana no es una excepción. Europa oficialmente ha adoptado una política de ayuda a los inmigrantes para acogerlos. No nos hemos dado cuenta, pero en Europa ha comenzado una revolución. Hace diez años, la existencia de una política oficial en el continente para la integración de inmigrantes procedentes de África y el Levante era impensable: simplemente nadie podía imaginar una inmigración masiva atravesando las fronteras de Europa. Sin embargo, dese que empezó a aplicarse el Tratado de Lisboa de diciembre 2009, Europa ha reconocido oficialmente su necesidad de abordar el flujo de inmigrantes que no están familiarizados con sus costumbres, su cultura y su fe. Desde entonces, las medidas de inmigración se han vuelto cada vez más laxas, hasta el punto que los inmigrantes se sienten más a gusto en sus nuevos países que sus desconcertados anfitriones.
Esta afluencia hacia Europa de personas que culturalmente son tan diferentes está desencadenando un verdadero proceso de educación en la comunidad europea. El viejo continente es ahora la vanguardia de un proceso global de migración e integración.
En la humanidad de hoy las fronteras ya no son barreras. El Estado-Nación es una idea que parece prácticamente obsoleta. La gente se desplaza hacia donde cree que va a tener una vida mejor y la solidaridad con la patria es casi inexistente. De hecho, la propia Europa parece estar pereciendo y el orgullo nacional de los europeos se desvanece. Como sucedió con otras grandes civilizaciones del pasado, parece que a Europa le ha llegado su hora.
Pero Europa no está obligada a desaparecer. Al contrario de lo que sucedió con las grandes civilizaciones del pasado, hoy contamos con los conocimientos que pueden hacer revivir el continente. Tenemos conciencia de los procesos globales que condicionan nuestras vidas, y Europa puede ajustarse a ellos y renacer como un líder mundial.
La humanidad de hoy es una red global cuyos componentes son totalmente interdependientes. En una red así, el aislacionismo supone un perjuicio para el proceso global y un peligro para cualquier estado que lo adopte. Y la nueva civilización que está “fluyendo” hacia Europa es la oportunidad para que el continente recupere la vitalidad. Tal vez sea la última oportunidad para Europa de crear una auténtica Unión Europea en lugar de esa actual coalición difusa cuyo objetivo es contrarrestar el poder económico de los EE.UU. y China. No obstante, mientras haya dos o tres países dominantes, la Unión Europea será cualquier cosa menos unión.
Si Europa quiere hallar la forma de administrar el masivo flujo migratorio de culturas extranjeras, debe establecer una verdadera unión entre sus estados miembros, acabar con la explotación de unos países hacia otros y fomentar la contribución específica que cada país puede aportar a la unión.
Europa es un conglomerado de nacionalidades y etnias, como una versión moderna de la antigua Babilonia. Al igual que prácticamente todas las grandes civilizaciones del pasado, Babilonia se desintegró por la falta de unidad entre sus numerosos pueblos. Por lo tanto, la tarea más urgente ahora es aumentar la cohesión de los pueblos y estados miembros de Europa. En caso contrario, la oleada de vibrantes jóvenes musulmanes, cuya conducta entra en contradicción con los valores de Occidente, la desintegrarán. Y si esto ocurriera, pronto veremos elementos de la Sharíaentrando a formar parte de las leyes de los países europeos, y valores como la libertad de expresión o la democracia quedarán cada vez más relegados.
La situación no es irremediable, pero el tiempo se agota. Si Europa consigue despertar e implanta una unidad social y cultural, estará en armonía con el avance evolutivo de la humanidad hacia la cohesión y la interdependencia a nivel global. En ese escenario, los inmigrantes se integrarán en la cultura de acogida y será un añadido constructivo y bien recibido dado el envejecimiento de la población en Europa. Pero si Europa no afronta la tarea de encontrar la unidad, los nuevos inmigrantes pasarán a ser la entidad dominante en el continente e impondrán los valores y tradiciones que han traído con ellos desde sus países de origen.