Hace algunas semanas, Rashida Tlaib, junto con sus compañeros miembros del “escuadrón” y varios otros miembros progresistas del congreso, presentaron la primera propuesta en la que Estados Unidos reconocería formalmente la “Nakba” o “catástrofe” palestina, así se refieren al establecimiento del Estado de Israel. Según todos los indicios, la propuesta no pasará. Sin embargo, es otra parte del muro que protege a Israel y que cada vez está más delgado. No pasará mucho tiempo antes de que el congreso se una al creciente coro de voces que llaman a Israel, Estado de apartheid y votan para revocarlo.
Pero no es por su ingenio que están ganando, sino por nuestra locura. Estamos peleando la guerra equivocada. Si lucháramos por nuestra propia cohesión en lugar de luchar contra su retórica divisiva, no tendríamos problemas con nadie.
En lugar de luchar contra las fuerzas que buscan debilitarnos, debemos luchar por lo que nos fortalece: la solidaridad. Actualmente, estamos desperdiciando nuestro tiempo, recursos y energía, en todas las direcciones y en disculpas sin sentido que no convencen a nadie, ni siquiera a nosotros mismos. Estamos tratando de explicar que tenemos derecho a vivir en la tierra de Israel. Pero, si ni siquiera nosotros tenemos idea de por qué estamos aquí, ¿podemos quejarnos de que otros tampoco la tengan?
Cada nación se enorgullece de lo que la hace única, de su legado y tradiciones. Nosotros abandonamos nuestra cultura, nuestro legado y adoptamos culturas y tradiciones de otras naciones ¿por qué nos sorprende que nos desprecien y consideren que nuestra existencia es redundante e indeseable?
En lugar de aferrarnos a nuestro propio legado y ofrecerlo al mundo, como lo hacen las demás naciones, hicimos una cultura de mosaico que combina los legados de otras naciones, pero nada que pertenezca al regalo único que debíamos traer al mundo. En este estado, realmente no merecemos nuestra tierra, la tierra de Israel.
Nuestro legado es el logro de nuestros ancestros que formaron una nación de extraños, que a menudo eran hostiles entre sí. Pero, insistieron en la unidad a toda costa. El rey Salomón lo definió como el amor cubre todas las transgresiones (Proverbios 10:12) y El libro del Zóhar (Aharei Mot) dice que, al hacerlo, traemos paz al mundo.
El siglo anterior, Rav Kook escribió en su libro Orot HaKodesh: “Puesto que fuimos arruinados por el odio infundado y el mundo se arruinó con nosotros, seremos reconstruidos con amor infundado y el mundo se reconstruirá con nosotros”. Cuando el gran cabalista y pensador del siglo XX Baal HaSulam habló de “orgullo nacional”, se refirió al orgullo de ser los pioneros de la unidad por encima de todas las diferencias.
El aclamado historiador Paul Johnson escribió en Una historia de los judíos: “En una etapa temprana de su existencia colectiva, los judíos creían haber detectado un plan divino para la raza humana, del cual su propia sociedad era guía”, quiso decir que la sociedad israelí debía ser una “nación emergente” y lograr solidaridad donde no parecía ser alcanzable.
Mientras más dividido está el mundo, más se necesita la sociedad piloto judía y más resiente el mundo por no lo hagamos. No es de extrañar que los antisemitas más rabiosos también admiraran a los judíos y buscaran su ejemplo. Henry Ford, en su venenosa recopilación El judío internacional. también insertó declaraciones que muestran lo que esperaba de nosotros: “Los reformadores modernos, que construyen modelos de sistemas sociales… harían bien en examinar el sistema social bajo el que se organizaron los primeros judíos.”
De hecho, incluso los nazis, inicialmente apoyaron al incipiente Estado judío. Fue por razones propias, por supuesto, luego retiraron su apoyo cuando llegaron al poder por primera vez y se pusieron del lado de los árabes, pero apoyaron plenamente los esfuerzos de los sionistas para construir un Estado judío en la tierra de Israel.
Si la votación de la Sociedad de Naciones del 29 de noviembre de 1947, para establecer el Estado judío fuera hoy, nadie votaría a favor. De hecho, nadie lo propondría. No tenemos a nadie a quien culpar, sino a nosotros mismos. Rashida Tlaib y su cohorte son sólo recordatorio de lo que nos negamos a hacer: restaurar nuestro legado de unidad por encima de todas las diferencias y divisiones y ser la sociedad piloto que el mundo espera.
Gran verdad!!! Restaurar la unidad. Lo vivo en los grupos de autoayuda que es uno de los grandes pilares. Pero no sólo ahí en las iglesias aún en la familia. Se han perdido los objetivos que como base primordial es la «unidad» para tener mejores relaciones. Todo es lucha de poderes. Tengo mejor conexión con los animales. Hoy me pregunto «que le puedo aportar al mundo» y decido hacer la voluntad de Dios mi creador. La mía me ha arruinado. Muchas gracias. DIOS los bendiga grandemente.