El hambre podría utilizarse como un arma de guerra y conflicto en estos tiempos de desafío. Esa es la preocupación por la que este año, el Premio Nobel de la Paz fue concedido a una organización que lucha contra el hambre a nivel mundial: el Programa Mundial de Alimentos de la ONU. En respuesta al anuncio, la organización declaró: «Hasta el día en que tengamos una vacuna médica, la comida es la mejor vacuna contra el caos». Independientemente de por qué y a quién se le da este premio de «paz», primero debemos preguntarnos: «¿Qué es la paz?» La esencia de la paz es la conexión óptima entre lo opuesto; opiniones, personas y movimientos. No veo a ninguna organización ni persona en el mundo que actúe para cumplir este objetivo.
De acuerdo con las estimaciones de la ONU, el número de personas que enfrentarán hambre en el mundo este año, se duplicará, de 135 millones a 265 millones -será el resultado particular de la pandemia de COVID-19. Las predicciones advierten una hambruna de “proporciones bíblicas” como resultado de las crisis económicas y alimentarias provocadas por la propagación del virus. Aun cuando el trabajo del Programa Mundial de Alimentos de la ONU y otras organizaciones es importante, no veo a nadie en la arena global que merezca el Premio Nobel de la Paz, ninguna persona ni organización que luche por la verdadera paz y cuyas acciones se enfoquen en dar frutos al unir a la gente.
Se habló de los acuerdos de paz entre los Emiratos Árabes y Bahréin, con Israel, bajo la sombra de Estados Unidos, como un hecho histórico que merece el premio internacional. Sin embargo, noto que la tendencia reciente es alejarse de las acciones políticas por la paz y otorgar el premio a organizaciones globales en lugar de a individuos.
¿Por qué, a pesar de tanto esfuerzo, la humanidad falla repetidamente en sus intentos de lograr una paz verdadera?
La razón es que no sabemos cómo elevarnos por encima de nuestra naturaleza humana egoísta, que obstruye cualquier posibilidad de alcanzar tranquilidad. Todo lo que hacemos es en beneficio propio. Nos manipulamos a nosotros mismos y a los demás, para que crean que actuamos en su favor, pero en el fondo, el interés propio guía todas nuestras acciones.
La esencia del término «paz» (en hebreo, Shalom), es «integridad» (Shalem). ¿Es sólo la ausencia de la guerra un logro suficiente para afirmar que tenemos integridad? Ciertamente no. Un análisis más profundo del término “paz” nos lleva a la necesidad de comprender las fuerzas que actúan en la realidad y cómo equilibrarlas adecuadamente para lograr paz verdadera.
Dos fuerzas coexisten en la naturaleza: la fuerza negativa del interés propio y la fuerza positiva que promueve reciprocidad, consideración y el bien común.
Los ecosistemas equilibran naturalmente estas dos fuerzas para que se complementen. La aparente competencia que observamos en la naturaleza, en realidad, genera homeostasis, una coexistencia armoniosa que propicia la vida y el desarrollo.
En el hombre, la fuerza negativa crea una sociedad lisiada que necesita imponer restricciones para evitar que, en la primera oportunidad, nos destruyamos unos a otros. Peor aún, vemos que la fuerza negativa dentro de nosotros crece y se intensifica. Nos acercamos rápidamente a un punto en el que las tensiones serán insoportables.
Hoy somos miles de millones. Y cada uno se percibe separado de los demás y a menudo, ni siquiera estamos en paz con nosotros mismos. La falta de comprensión de cómo llegar a la paz, es el problema central de la humanidad.
Nosotros los humanos, con nuestro estrecho egoísmo, es decir, el deseo de beneficiarnos a nosotros mismos a expensas de los demás, somos los únicos que violamos el delicado equilibrio de la naturaleza en el planeta. Y precisamente así, dañamos a la humanidad, al mundo y a la naturaleza. Por eso, sólo cambiando nuestro punto de vista; de ser egocéntricos a una perspectiva circular de interconexión, traeremos paz al mundo. Como nuestros sabios observaron:
“No te sorprenda si mezclo el bienestar de un colectivo particular, con el bienestar de todo el mundo, porque, de hecho, ya llegamos a un grado tal, que el mundo entero puede ser considerado un colectivo y una sociedad”. (Yehuda Ashlag, Paz en el mundo).
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