Desde que las cámaras se volvieron omnipresentes en los celulares, la gente comenzó a tomar fotografías de sí misma (selfie) en diversas situaciones. Junto con la creciente importancia que atribuimos a las redes sociales, vino la necesidad de presentarnos de forma más atrevida, especial y original. Pero la gente no sabe dónde trazar la línea. Según un estudio publicado por el Centro Nacional de Información Biotecnológica, que opera bajo el Instituto Nacional de Salud, hay tendencia acelerada a tomar selfies arriesgadas. En 2011, por ejemplo, tres personas murieron en lo que se conoce como «selficidios» (accidentes fatales relacionados con selfies). En 2017, ese número fue 93.
No podemos dejar de acentuar lo peligroso que puede ser tomarse una selfie imprudente. Debemos ser inflexibles al afirmar que un comportamiento tan irresponsable puede costarnos la vida. Aunque, también debemos comprender de dónde viene este fenómeno, porque si realmente queremos prevenir estas tragedias, debemos cambiar la actitud de la gente hacia sí misma y hacia su lugar en el mundo.
Hacerse una selfie es una forma de “inmortalizarse” uno mismo. En el fondo, no podemos estar de acuerdo con la finitud de nuestro cuerpo, pues realmente somos eternos, conectados a la fuerza eterna que crea todo lo que existe, incluidos los humanos. Subconscientemente, nos sentimos conectados con la eternidad, nuestra agonía física siempre está en el fondo de la mente. Tratamos de «engañar» los límites del tiempo y «perpetuarnos», trascender los límites de tiempo y lugar y a veces, arriesgamos nuestro presente, por la oportunidad de gloria eterna.
Yo también siento este impulso, aunque no lo suficiente como para arriesgar la vida. Es una forma de narcisismo muy desarrollada, que usa fotos para desafiar los límites del tiempo y elevarse por encima de la existencia física. Así como Narciso se vio en el agua y se enamoró de su propia imagen, pensamos que nuestra imagen en situaciones de riesgo, de alguna manera demuestra que somos dignos, que logramos algo digno de recordar.
De hecho, si hay algún «logro» aquí, es la lección de que el narcisismo es malo para nosotros. Es malo no porque sea dañino en sí, aunque lo es. Es malo principalmente porque nuestra raíz es la fuerza de dar, crear y difundir energía y vitalidad. Al enfocarnos en nosotros mismos, somos lo opuesto a esa fuerza: recibir, destruir y absorber energía y vitalidad. En lugar de volvernos tan inmortales como nuestra raíz, nos desconectamos de ella y hacemos que nuestra vida, no sólo sea transitoria, sino perjudicial para el resto de la realidad.
Si queremos salir de nuestro narcisismo, debemos tratar de ser considerados y preocuparnos por los demás. En el momento en que comencemos a sentir que nuestro corazón está conectado con los corazones de los demás, dejaremos de temer a la muerte. Y tendremos la seguridad de que, aunque el cuerpo sea fugaz, nosotros mismos, nuestra alma habrá alcanzado una conexión verdadera con la eternidad. Nuestra conexión con los demás nos vitalizará y prolongará nuestra existencia mucho después de que termine nuestra presencia física y sabremos que arriesgar nuestra seguridad física, está mal, porque nos niega la oportunidad de conectarnos con la gente y de inmortalizar nuestra alma.
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