Solamente cuando nos unamos y vivamos verdaderamente la esencia del pueblo de Israel, cubriendo nuestro odio con amor, mereceremos esta tierra.
El reciente atropello mortal con un camión en Jerusalén, la sentencia del sargento Elor Azaria y las constantes disputas entre nosotros en las redes sociales, junto con la creciente presión desde el exterior –la última muestra es la Resolución 2334 del Consejo de Seguridad de la ONU contra los asentamientos israelíes respaldada por Estados Unidos– nos están enviando un mensaje: debemos unirnos. La noche del pasado sábado, miles de israelíes se reunieron en la Plaza Rabin para mostrar su unidad. Pero si seguimos conformándonos con meras exhibiciones, no llegaremos a ninguna parte.
El acontecimiento en la plaza de Rabin fue desencadenado por una entrada de Facebook hecha por Ziv Shilon, capitán del ejército en la reserva. El mensaje hablaba de la necesidad de unidad y solidaridad, y las personas que acudieron al evento vinieron precisamente para ese propósito. Uno de los participantes dijo a una entrevistadora del Movimiento Arvut (solidaridad mutua): “Todos entendemos que algo está haciendo que nos desintegremos y tenemos que detener el tsunami”.
Cualquier iniciativa en pro de la unidad es bienvenida porque promueve la razón de nuestra existencia como nación judía. “En Israel se encuentra el secreto de la unidad del mundo”, escribió el Rav Kuk (Orot Kódesh). En nuestro ADN está la unidad, aunque rara vez somos conscientes de ello. Lamentablemente, a menudo hace falta un trágico evento que nos lo recuerde. Tal vez sea esta la razón por la que otro participante en el evento dijo a la entrevistadora del Movimiento Arvut, que retransmitió el evento en directo desde Facebook, “Ama a tu prójimo como a ti mismo es algo interno y profundo que le falta a la sociedad actual. Eventos como el de hoy conectan a todos por encima de las diferentes visiones y talantes y nos unen a todos a un nivel muy profundo”.
No somos novatos en lo que respecta a congregar personas con “diferentes visiones y talantes”. Hace casi 4.000 años, Abraham, nuestro patriarca, nos congregó por primera vez y nos llevó a la Tierra de Israel. Tal como ocurre hoy en día, la sociedad de Abraham en Babilonia por un lado estaba fragmentada a raíz de la división, y por otro lado había una aspiración por los logros humanos. El libro Pirkey de Rabí Elazar señala que los babilonios “querían hablar la lengua del otro, pero no conocían el idioma del otro, por lo que cada uno tomó su espada y lucharon entre sí, y la mitad del mundo fue exterminado allí”. Los antiguos hebreos provenían de múltiples tribus y estirpes. Huían de la desunión en sus propias tribus y acudieron a Abraham, que les enseñó acerca de la unidad y el amor a los demás, rasgos que acabarían convirtiéndonos en una nación. Hoy, tras dos milenios con este bien tan preciado en desuso, debemos retornar a nuestras raíces y recuperar nuestra unidad.
Con el paso de los años, Abraham y sus descendientes desarrollaron un método de conexión gracias al cual sus discípulos pudieron trascender el egoísmo que se interponía entre ellos y construir puentes de amor. Cuanto mayor era el nivel de egoísmo, más alto era el puente que construían sobre él. El libro Likutey Etzot (miscelánea de consejos) nos dice: “La esencia de la paz es conectar dos opuestos. Por lo tanto, no te alarmes si ves a una persona cuya opinión es completamente opuesta a la tuya y piensas que nunca podrás hacer la paz con ella. O cuando ves a dos personas que son completamente opuestas entre sí, no digas que es imposible hacer la paz entre ellos. Por el contrario, la esencia de la paz es tratar de sellar la paz entre dos contrarios”. El rey Salomón sintetizó acertadamente esta visión en su proverbio (Prov 10:12):”El odio agita la contienda y el amor cubre todas las transgresiones”.
Hoy en día, es evidente que la fuerza motora de la humanidad es el ego. El ego nos ha proporcionado tecnología, avances médicos y comunicación, pero también nos ha traído polución, violencia y separación. Al final, el ego está utilizando para fines negativos todas las cosas buenas que creó, hasta el punto de poner en peligro nuestro mundo en múltiples aspectos, dejándonos indefensos y sin esperanza.
Por esta razón, el principio de Abraham –cubrir el ego con amor– es crucial en nuestros días. Sostiene que tratar de reparar las perniciosas consecuencias del ego no sirve de nada. En cambio, tenemos que reparar el patógeno: el ego en sí. El ego, como cualquier otro combustible, puede abrasarnos o calentarnos. Lo único que precisamos es saber utilizarlo correctamente.
Para cubrir el ego con amor, como dijo el rey Salomón, los antiguos israelitas desarrollaron un método de comunicación interpersonal que indujo una fuerza positiva para poder contrarrestar el impacto negativo del ego. En realidad fue un gentil quien diseñó el método por primera vez. El libro del Éxodo (capítulo 18) nos dice que Jetró, sacerdote de Madián, aconsejó a Moisés que organizara la nación en grupos de diez para que trabajaran entre ellos en su unidad en vez de que Moisés tuviera que explicar a toda la nación cómo mantener unas buenas relaciones. Estas agrupaciones se fueron congregando en grupos cada vez más grandes, hasta que toda la nación quedó organizada en grupos de diez unidos unos con otros, siguiendo el principio esencial que Moisés les había enseñado: la ley de ser “como un solo hombre con un solo corazón”.
Lamentablemente, el principio de la unidad por encima del ego está prácticamente ausente en casi todas las facciones de la sociedad israelí y la comunidad judía internacional. Antiguamente, esta división se intensificó convirtiéndose en un odio tan fuerte que provocó que los judíos se enfrentaran a otros judíos en la época de la dominación helenística en Israel, trayendo finalmente al ejército romano a Jerusalén y la destrucción del templo por parte de Tiberio Julio Alejandro, que era judío y cuyo padre había recubierto de oro las puertas del templo. Como el gran Maharal de Praga expresó en Netzah Israel: “El templo fue destruido a causa del odio infundado, ya que sus corazones se habían dividido y no eran dignos de un templo, que es la unificación de Israel”.
Hasta la fecha, este sinat jinam (odio sin fundamento) no ha disminuido. Del mismo modo que causó nuestra ruina hace dos milenios, puede volver a causar nuestra ruina hoy en día. Como un hombre dijo a la entrevistadora durante la retransmisión para el canal Arvut: “Los grandes imperios cayeron a causa de la desunión. Nosotros, aquí, estamos rodeados de enemigos; hay odio a los judíos, odio a Israel, ¡¿y ahora también hay odio entre nosotros?! Si seguimos así, este será el comienzo de nuestro fin”.
Una actitud proactiva
La única manera en que Israel y el pueblo judío pueden hacer frente a los desafíos que tienen ante sí con éxito es restableciendo la unidad entre los judíos. Los círculos de conexión del Movimiento Arvut –en donde gente de todo tipo de orígenes y puntos de vista se sientan juntos y descubren una unidad que no imaginaban que fuera posible– es solo una de las muchas técnicas disponibles. Sin embargo, lo que realmente cuenta es que todos recordemos que nuestros egos no existen para que luchemos unos contra otros: existen para hacer de base en los puentes que construiremos entre nosotros.
El libro Likutey halajot (miscelánea de reglas) escribe: “La esencia de la vitalidad, la existencia y la corrección en la creación se consigue por medio de personas con diferentes opiniones mezclándose juntos en amor, paz y unidad”. Es como mi maestro, el gran cabalista Rav Baruch Shalom Ashlag (el RABASH), solía recordarme: “El amor es un animal que se alimenta de concesiones mutuas”.
Si queremos garantizar nuestro futuro aquí en Israel, debemos construir nuestro país y nuestra nación sobre la base de un amor que cubra nuestros egos. Nuestra nación se formó cuando acordamos unirnos como un solo corazón y fue desintegrada cuando ese corazón quedó roto por un odio infundado. David Ben Gurión tenía razón cuando escribió en Revolución del espíritu sobre el mandamiento “Ama a tu prójimo como a ti mismo”: “Con estas palabras, se ha formado la ley humana, eterna del judaísmo (…) El Estado de Israel solo merecerá su nombre si sus políticas exteriores, nacionales, económicas y sociales se basan en estas palabras eternas”. El Rav Yehuda Ashlag, padre de mi maestro y conocido como Baal HaSulam por su comentario Sulam (escalera) sobre El libro del Zóhar, escribió: “Se nos ha dado la tierra, pero no la hemos recibido” (Discurso por la finalización del Zóhar). Cuando nos unamos y vivamos verdaderamente la esencia del pueblo israelí –cubrir nuestro odio con amor– mereceremos esta tierra.
Nos guste o no, y generalmente no suele gustarnos, nosotros, los judíos, somos el pueblo elegido. Pero no hemos sido escogidos para estar por encima de nadie: hemos sido escogidos para dar un ejemplo mostrando que podemos unirnos por encima de nuestro odio y convertirnos así en “una luz para las naciones”. Mientras sigamos rehuyendo la unidad, el mundo no legitimará nuestra existencia ni en Israel ni en ninguna otra parte del mundo. Nos culpará de todos los problemas del mundo tal como hizo Hitler. La creciente popularidad de Mein Kampf no es una casualidad. Nadie sabe cuánto tiempo aún podremos quedarnos aquí, pero el hecho de que solamente Estados Unidos se interpone entre nosotros y una resolución de la ONU para aniquilar el estado de Israel demuestra que estamos viviendo en el tiempo de descuento.
No hay solución política al conflicto árabe-israelí, ni habrá solución si no nos unimos entre nosotros. Cuando estemos unidos, nadie dirá que no pertenecemos a Israel. No estoy a favor ni en contra de ninguna visión política en particular porque sé que cualquier punto de vista, por defecto, busca probar su superioridad y la inferioridad del otro. En mi opinión, puesto que todos desalientan la unidad y promueven el odio, todos ellos están equivocados. Ninguna visión política puede ser correcta si genera separación. Ese, para mí, es el único criterio.
El libro Maor VaShemesh nos dice: “La principal defensa contra la calamidad es el amor y la unidad. Cuando en Israel hay amor, unidad y amistad entre ellos, ninguna calamidad puede sobrevenirles”. En su ensayo “Arvut” (solidaridad mutua) Baal HaSulam escribió que nuestra unidad no es por nuestro propio bien, sino por el bien del mundo. En una interpretación de las palabras de RASHI acerca de que Israel era “como un hombre con un solo corazón” al pie del monte Sinaí, Baal HaSulam escribió que “todos y cada uno de los integrantes de la nación se apartaron por completo del amor propio y solo deseaban beneficiar a su amigo. (…) Por ello, la nación israelita fue creada como un acceso [para] toda la raza humana, el mundo entero (…) hasta que se desarrollen de tal manera que puedan captar lo grato y apacible que es el amor al prójimo”.
2017 será un año decisivo. Este año, determinaremos si nos unimos y ponemos los cimientos de un buen futuro para nuestra nación y el mundo, o si nos enfrentamos precipitándonos a nosotros mismos y al mundo entero por el camino del odio.
Como comentario adicional, me gustaría añadir que estoy feliz pero también preocupado por la próxima investidura de Donald Trump. Temo que su trato favorable a Israel pueda mitigar el brío de los judíos e israelíes a la hora de cumplir con nuestra tarea; más que si un presidente hostil hubiera sido elegido para el cargo. Mi preocupación es que el exceso de confianza ensordezca nuestros oídos y bloquee nuestros corazones. Por lo tanto, a esa línea en favor de Israel de Trump, debemos añadirle el reconocimiento del papel de Israel en el mundo, el cual, repito, es un ser ejemplo de unidad para este mundo lleno de tormentos. Finalmente, me gustaría citar al gran Rav Kook, que escribió: “Puesto que fuimos destruidos por el odio infundado y el mundo se destruyó con nosotros, seremos reconstruidos con el amor infundado y el mundo será reconstruido con nosotros” (Orot Kodesh [Luces sagradas]).