Un estudiante me habló de una mujer de cuarenta y cuatro años, que cuando era joven, decidió no tener hijos. Pero ahora que es mayor, se pregunta si tomó la decisión correcta, porque, aunque tiene amigos y parientes, no es lo mismo que tener sus propios hijos y tiene miedo de envejecer sola.
No es la única, me dice mi estudiante. Hoy, muchos jóvenes no quieren tener hijos, porque no quieren criarlos en un mundo tan terrible o porque creen que ya hay demasiada gente en el mundo y el planeta no puede mantenernos a todos.
No puedo decir que estas historias me sorprendan. Cuando la gente sufre, cuando ve que la vida es dura y sólo trata de sobrevivir, es natural que no quiera que sus hijos lo vivan. En consecuencia, muchos deciden no tener hijos.
Aunque, el fenómeno de no tener hijos es mucho más raro en los países del tercer mundo que en los países occidentales, donde el nivel de vida es más alto. No tendría sentido si no tenemos en cuenta que la calidad de vida se mide, no sólo por la capacidad de la gente para asegurar su existencia física, sino también y principalmente, por la sensación de felicidad en su entorno social.
Cuando la gente tiene asegurada su vida física, pero no encuentra satisfacción emocional, su vida se vuelve gris, incolora. Especialmente en Europa, donde se tiene todo, también hay frialdad en los corazones y tristeza en la vida. No hay nada más deprimente que un mundo sin color, especialmente para los niños, por eso, la gente no quiere traerlos a un mundo así.
Cuando mi alumno me preguntó qué pensaba que le pasará a los niños que nacen en este mundo gris, lo único que pude decirle fue lo que dice la sabiduría de la Cábala, tal como lo había visto en los escritos de Baal HaSulam y como me lo había dicho mi maestro, Rabash, hijo primogénito y sucesor de Baal HaSulam. Dijeron que, a menos que cambiemos la sociedad en la que vivimos, la humanidad se sumergirá en otra era de guerras mundiales. Predijeron una tercera e incluso una cuarta guerra mundial, pero esta vez, será nuclear.
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial ha habido un periodo relativamente tranquilo, sin conflictos mundiales. Fue una época en la que pudimos aprovechar las lecciones de las dos guerras de la primera mitad del siglo XX, pero no lo hicimos. Seguimos discutiendo y luchando en guerras «frías» y por poder, hasta que se nos cerró la oportunidad y ahora nos acercamos a entender las advertencias de Baal HaSulam y su hijo Rabash.
A pesar de la experiencia que la humanidad ha adquirido, a pesar de su poder, de sus logros tecnológicos, militares e industriales y a pesar de conocer la historia, parece que no podemos cambiar el curso del mundo hacia la iluminación, hacia un buen futuro. Lo único que la humanidad no aprendió a lo largo del tiempo, es a hacer que la vida sea más tranquila y segura ni a cuidarnos unos a otros. En lugar de usar el conocimiento para mejorar la vida, jugamos como niños pequeños con una pistola cargada en la mano. Y no puede acabar bien.
Si queremos añadir colores más brillantes al mundo, tenemos que añadir otro campo de conocimiento a nuestro aprendizaje: cuidar sin querer dominar. Los colores más brillantes residen en la gente que nos rodea: son las nuevas perspectivas que aportan, las nuevas ideas y actitudes que enriquecen a la sociedad humana. Si abrazamos esta miríada de colores que nos rodean, las diferencias entre nosotros no nos amenazarán, nos fortalecerán.
Si queremos añadir el color azul del cielo a la vida, debemos encontrar nuevos horizontes, horizontes que existen en los sueños de los demás. Si aprendemos a interesarnos por ellos, también se convertirán en nuestros sueños. Si queremos añadir colores de hierba verde a la vida, debemos aprender a alegrarnos cuando el césped de nuestro vecino está más verde de lo que estaba. No que esté más verde que el nuestro, simplemente está más verde y nuestro vecino se siente feliz y contento.
Si lo hacemos, cada uno añadirá el color que más le guste: naranja, color del sol. Ya sabemos lo que necesitamos saber para vivir en un mundo soleado. Sólo nos falta aprender a cuidar.
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